La grandeza de la democracia –sistema de gobierno donde los gobernantes son elegidos por votación popular– radica en que un anticoruñés como Xulio Ferreiro presida, lave y dé esplendor al concejo herculino. Tal deducimos por sus hechos y decisiones desde la poltrona municipal en minoría apoyada por los sociatas. Así alienta una conducta genética peyorativa hacia cuanto significase beneficio ciudadano. Unos pueden decidir. Otros oponerse a los actos ejecutivos. Viene a cuanto por la opción del Varoufakis de A Gaiteira al sustituir las banderas oficiales del Paseo Marítimo –nacional, gallega y de playa autonómica– por otras raquíticas enseñas que recuerdan las postalillas que nos ponen en la solapa en las cuestaciones públicas. De esta asombrosa forma, sin consultar a nadie ni siquiera mediante referéndum, ha decidido molestar a diestro y siniestro sin contrapesar, encima, que en nuestra ciudad el retroceso del fusil al dispararse va mucho más lejos que la bala.
Algún grupo vecinal anda empeñado en fijar posiciones y deslindar intereses. Ya se alude a ejercer la acción pública o interponer una querella contra el cacique de María Pita si no da una explicación satisfactoria. Dura est lex, sed est lex. Para ello utilizarán un bufete intemporal de elocuentes oradores que en el mundo han sido. Primero Demóstenes, la abeja del Atica, porque su estilo era más dulce que la miel, con sus Filípicas y delirio báquico de atracción popular y vehemencia callejera. Después Cicerón, síntesis de cultura occidental y arte de buen decir en sus arengas contra Catilina. Más adelante podrían incorporar al tribuno Emilio Castelar. Tampoco echarían en saco roto y por mantener su línea marxista a Groucho, águila de la le, declamando y rompiendo el alegato “la primera parte contratante de la primera parte, es igual que la segunda parte contratante de la primera parte…”.
¿Nunca máis veremos as nosas bandeiras?