A veces bromeo con mi mujer sobre el papel que me ha tocado en esta vida, que no es otro que el de recibir órdenes. En el trabajo recibo una media de unas veinte diarias, y en casa alguna que otra más.
Yo he servido, con gusto, todo hay que decirlo, a la Armada, y espero hoy servirla mejor en mi faceta actual de historiador que en la de mi época de marinero-sonarista, en la que, para qué vamos a engañarnos, era una absoluta calamidad.
Estas pequeñas reflexiones vienen a colación porque en estos momentos me encuentro escribiendo el libro corporativo de Comismar, que este año celebra sus 75 años de existencia.
A la vez que avanzo en la investigación, más estoy “aluciando” con la vida de su fundador, Pedro Lamet Orozco, una persona que como filosofía tenía la siguiente frase: “si no vales para servir, no sirves para vivir”. Es cierto que ya Jesucristo dijo algo parecido a sus discípulos cuando les advirtió: Si alguno de ustedes quiere ser el más importante, deberá ocupar el último lugar y ser el servidor de todos los demás”, pero en los tiempos que corren no está de más el recordar que el espíritu de servicio es una de las mayores virtudes que pueden adornar a la persona, y como dice el lema castrense: “el cumplimiento del deber es la más preciada virtud que puede tener el hombre de honor”.
En mi opinión, hoy la única institución de nuestra Sociedad que demuestra día a día ese espíritu de sacrificio para con los demás son nuestras FFAA. Y ejemplo de ello lo hemos tenido hace poco con el temporal que ha afectado al Mediterráneo, donde las mujeres y los hombres de la “Unidad Militar de Emergencias” han hecho una labor tan anónima como excepcional. Y es que, cuando la “cosa se pone fea”, la intervención de nuestros militares nunca decepciona. Sí, ya sé que no está socialmente bien visto hablar bien de nuestros soldados, pero como no me debo ni a ningún partido político, ni a ninguna ideología, ni cobro por aparentar ser más pacifista que John Lennon, me limito a decir la verdad. Es la diferencia entre el hombre libre y el cargado de perjuicios o, simplemente, rehén de su ideología o del pan que llevarse a la boca. Unos y otros dan mucha pena, porque los españoles de bien sabemos que en su pecado va la penitencia.