De cultura y deporte

hay momentos estelares en la vida universal. Los señala Stefan Zweig con precisión cromométrica. Los hay también que coronan el éxito. Y estas circunstancias que han sucedido la última semana nos permiten calibrar el triunfo de nuestras actividades culturales y deportivas. Era costumbre entre los antiguos romanos señalar con piedras blancas los días festos.
Tal como ocurrió con el éxito alcanzado en el ciclo principal del Rosalía, representada por la compañía Eme 2, que ofreció “A leituga” de César Sierra en versión de José Barato.
Cinco familiares y sus hermanos se reúnen para celebrar en casa de la hermana mayor el aniversario del padre que se encuentra en coma desde hace nueve años. Lo que empieza siendo como entendimiento entre afines y consanguíneos se convierte en tragedia absoluta. Comedia trágica sobre asuntos no resueltos sobre el sacrificio, el cuerpo, el odio, el amor,
Buena la dirección de Víctor Duplé y el feliz reparto a cargo de María, Antonio Durán “Morris”, Federico Pérez, José Barato y Mercedes Castro.
Pero lo maravilloso del fin de semana fue el triunfo en la plaza de toros de Valencia al conquistar el equipo español de Copa Davis el pase a las semifinales seis años después de no hacerlo.
Si Rafael Nadal, nuestro héroe viviente, vive todos encuentros –su apabullante victoria sobre Zverev así lo demuestra, 6-1, 6-4 y 6-4–el que sobresalió, por encima de todas las circunstancias fue David Ferrer contra Koleschreiber en un partido especialísimo que dio el punto merecido a España después un larguísimo enfrentamiento de cinco horas.
Nunca Ferrer fue tan grande como el pasado domingo. Salió a hombros del coso taurino con las dos orejas y el rabo. Nos sentimos héroes homéricos en pugna con los mejores enemigos. Viento, lluvia, tormenta. Al final, el cielo valenciano impartió justicia.

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