No se trata de un tema baladí, ni mucho menos. No vamos muy descaminados cuando se prodigan y airean diferentes encuestas sobre cómo pasan el tiempo los jóvenes de nuestra generación llegando a constatar incluso que los adolescentes llegan a aburrirse porque cuando no tienen nada qué hacer, monopolizan su tiempo con la tele, consolas, teléfono móvil, internet, etc., llegando a la conclusión de que los chavales necesitan tener tiempo para no hacer nada. Una situación que les puede permitir imaginar y perseguir sus propios procesos intelectuales o simplemente observar el mundo que les rodea.
Personalmente, me cuesta creer que semejante aseveración tenga visos de realidad porque no todos escogen el mismo modelo de diversión y una gran mayoría, afortunadamente, no tiene la misma visión de lo que el futuro les puede garantizar. Hay expertos y grupos de padres, cerveza en mano, que manifiestan una seria preocupación por el futuro de sus hijos llegando a la conclusión de que esas estadísticas nos demuestran que la juventud actual es limitadamente ambiciosa y que esto de abarcar más de lo que uno puede no es la característica habitual de nuestros chicos y chicas aunque también existen quienes apuntan, al no tener una verdadera necesidad, deciden optar por la diversión, el botellón o el fanatismo deportivo, si bien debe tenerse en cuenta que las obligaciones de otros tiempos nos llevan ahora a entender que la juventud actual parece creerse con derecho a todo sin apenas contrapartidas ni sacrificios.
Pero lo que más choca es que se exponga de forma rotunda que estos nuevos ambientes presuman de aburrirse, jactándose además de que nunca se les pregunta sobre sus inquietudes y que tampoco se les escucha de forma adecuada. Lo más fácil de las familias actuales con niños nos conduce a un debate donde casi todos opinan igual y no se adivinan soluciones determinantes. Se trata de no discutir. Y así se evita el problema. Incluso, insiste una experta en educación, que a los niños se les debe permitir que se aburran para que puedan desarrollar su capacidad innata de ser creativos. Así, dice, suelen multiplicarse los genios. Pues nada, que se aburran.