Quim Torra es como algunos niños, desobediente, o, cuando menos, eso es lo que sostiene el ministerio publico en el proceso que se le sigue en el Tribunal Superior de Cataluña por ignorar la orden de la Junta Electoral Central de retirada de lazos amarillos del balcón del Palau de la Generalitat en plena campaña electoral. Pero Quim Torra es mucho Quim Torra, y desde el banquillo, convertido por él en púlpito para la irradiación de su doctrina, defiende su inocencia sin negar la acusación. Nadie como él, ciertamente, para estilizar la realidad, bien que a costa de su radical mixtificación.
Según Torra, que ha estado dudando entre asistir o no a su juicio (la ley no le obliga) hasta que ha columbrado las ventajas propagandísticas de asistir, no es él quien debiera ser juzgado, sino la Junta Electoral Central por ordenarle algo tan injusto y monstruoso como retirar esos símbolos amarillos del independentismo de la fachada del Palacio que él, por su cuenta, ha debido inmatricular a nombre y beneficio exclusivo de éste. Es más; la JEC no sólo debería ser juzgada, y condenada, por ese crimen, sino por carecer de autoridad para ordenarle a él, nada menos que a Quim Torra, el vicario en la tierra catalana de la deidad Puigdemont, ni eso ni nada.
Torra se juega en ese juicio una multilla y la inhabilitación para cargos públicos por unos meses, pero entre que a ese hombre le ciega el fervor por la Causa y por la Idea, y que con los recursos en caso de ser condenado perdería gas la ya liviana punición, la sentencia no le importa nada. O sí, en la medida en que si es condenatoria reforzaría, según sus singulares entendederas, el victimismo sobre el que se edifican precisamente esa Causa y esa Idea, llamémosle idea. Al margen de eso, conmueven los esfuerzos que hace ese hombre, un apacible burgués según quienes le conocen, en presentarse como más chulo que un ocho.
El señor Torra ha encontrado un sentido a su vida, y eso le hace envidiable. Ya quisieran muchos, uno mismo sin ir más lejos, penetrar en el sentido de la existencia y dilucidarlo con tres discursos, unas cuantas maquinaciones y un lazo como él hace.
Ahora bien; hay sentidos de vida que, cuando se encuentran, amargan la de los demás, o, cuando menos, la vida de la mitad de los demás. Y ese es el caso de ésta peculiar criatura inocente y culpable, pero que da una brasa espectacular