Algunos ven en Trump la encarnación de ese ángel de fuego que anuncia San Juan en el bestsellers del Apocalipsis. Fuego en el rubio muelle de su roja melena y su roja piel, que no piel roja, él es made in Deutschland.
Resultaría más sarcástico que patético, que al final ese ser de exterminio fuese un ser rubio elegido en las urnas y republicano, después de la tirria que le tenemos a los monarcas. No hay peligro, ocurre solo que todo imperio tiene su alma gemela en el gemelo siniestro de un emperador de feroces sombras y excelsas luces.
Y el imperio americano no iba a ser menos. Ahora nos regala a Trump, en el que algunos ven al Nerón que incendia las redes sociales y los sociales medios de comunicación con sus decisiones y el tañer de su lira atómica. Otros al feroz Calígula capaz de las mayores crueldades.
Algunos al magno Adriano que frena a los partos Mexicans en las fronteras exteriores del agotado imperio. Y hay quien vislumbra en sus actos un algo del divino César, general e imperial donde los haya.
A mí, iba a decir, me recuerda a Claudio, emperador de conveniencia que viene a dar torpe respuesta a los naturales egoísmos del imperio.
Pero no. Tampoco los adarves de Adriano. Él simboliza ese muro que yergue el egoísmo, el odio y la inhumanidad en todos aquellos lugares donde el hombre busca excluir al hombre de su afecto, mesa y conocimiento con la indolente excusa de la raza, la cultura o la religión.