Un peligro público

Cien hogueras ardían en pleno Ensanche de Barcelona y muchos agentes -”mossos” y policías nacionales- habían resultado heridos intentando parar los disturbios provocados por los alborotadores independentistas que quemaban coches y arrasaban contenedores cuando el presidente de la “Generalitat”, Quim Torra, pasadas las doce de la noche, se decidió a grabar un mensaje de minuto y medio de duración. Habló de supuestos “infiltrados” pero ni una palabra para los policías –”mossos” incluidos– que resultaron heridos en el transcurso de los enfrentamientos con los energúmenos que les arrojaban todo tipo de objetos: bolas de acero lanzadas con tirachinas, adoquines, botellas con ácido, bengalas etc. Se diría que con su comportamiento anómico Torra, que ocupa el puesto de primer representante del Estado en Cataluña y está obligado por ley a preservar el orden público que garantiza la convivencia está buscando la inhabilitación. Ha llegado a decir que no acata la sentencia del Supremo.

Camina deliberadamente por el filo de la navaja. Su condición de vicario del prófugo Puigdemont –de nuevo en busca y captura– la está llevando hasta sus últimas consecuencias. Sus actos parecen diseñados para que el Gobierno que preside Pedro Sánchez reclame del Senado la autorización para aplicar el Artículo 155 de la Constitución que permite suspender la autonomía y relevar al presidente de la “Generalitat”.

Sería el escenario ideal para quien el jueves ha dicho en el “Parlament” que tiene la intención de convocar otro referéndum ilegal. Torra no gobierna ni se entiende con sus socios de gobierno de ERC que esta vez no parecen dispuestos a secundar una nueva consulta ilegal. A la manera de Nerón tras el incendio que él mismo inició en Roma, parece adentrarse en una política de tierra quemada. Busca el martirio político como fórmula enajenada de redimirse. Podría convocar elecciones –sería lo propio de un demócrata ente una situación como la que se vive en Cataluña– pero él no es un demócrata. Es un supremacista que cada vez está más aislado políticamente. Sabe que si convoca elecciones lo que queda de JxCat, la antigua Convergencia, tiene poco que rascar. ERC se llevaría el gato al agua. Por eso Torra habla de referéndum. Volver a engañar a los ciudadanos para que salgan a la calle como en la “huelga de país”. Su estrategia “destroyer” parece obedecer a una vieja consigna leninista: cuanto peor, mejor. Este hombre es un peligro público.

Un peligro público

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