anolo llegó encendido al café, y sin decir hola me largó: ¡Déixaos ir, oh, que levan tres anos tocando os collóns, déixaos ir!
—No sé por qué estás tan cabreado, le dije, si nunca te cayeron bien, ahora que se van deberías estar contento. ¿Qué vas a tomar Manolo, café o té? ¡No me jodas neno, no me jodas! Un café. Pues estoy cabreado porque los nachos nunca quisieron entrar del todo con nosotros. Por eso se quedaron con la libra en lugar del euro, siguieron conduciendo por la puta izquierda, y de devolver Gibraltar, nada. Y ahora que se van, lo hacen con un aire de superioridad que me toca los huevos, pese a que el príncipe ese dejó mangada a su real familia y se largó a Canadá. ¡Eso es lo que me cabrea neno! Su puñetera chulería es un desprecio al resto de los europeos que nos quedamos, como si fuéramos unos pringaos inútiles que no sabemos ni mear solos, neno.
—No Manolo, nos unimos porque la unión hace la fuerza. Ahora somos europeos a la fuerza, españoles a la fuerza, como los catalanes, y monárquicos a la fuerza. Y con tantas cosas a la fuerza, de tanto esforzarnos nos han salido hemorroides y tenemos carita de estreñidos como los chinos.
—¡Ahí le duele, neno; ahí le duele! ¿Sabes? Empiezo a pensar que los ingleses tienen su buena parte de razón para largarse e ir a su bola. Estoy pensando que Europa les sentaba como una faja, que apretaba la cintura de su oronda Gran Bretaña. Ahora falta saber lo que harán los escoceses, que también son raritos de carajo.