Pedro Sánchez vio las orejas al lobo en las urnas andaluzas. El lobo es su apareamiento con partidos que propugnan la ruptura de la unidad nacional. O la apariencia de apoyarse en ellos, lo cual viene a ser lo mismo en política. Y explicaría que, al grito de Viva España, Ciudadanos y Vox hayan tenido una excelente cosecha electoral en las urnas. También explicaría el fracaso de la marca socialista representada en Susana Díaz.
A la todavía presidenta de la Junta, que no comparte las políticas de apaciguamiento, no le bastó con sacar a Cataluña de su guía de campaña. Lo hicieron sus competidores. Eso la mató, sobre todo por abstención entre sus propios votantes. Y en Moncloa han detectado el riesgo de contagio a las trece autonomías llamadas a las urnas del 26 de mayo de 2019. Así que han decidido marcar distancias con los independentistas. O crear las condiciones para que las marquen ellos.
El instrumento provocador será la presentación parlamentaria de los PGE en enero. El estado mayor de Sánchez estará encantado de que los nacionalistas los rechacen porque el Gobierno se niega a hacer concesiones e interferir en el Poder Judicial para exculpar a los procesados por el golpe al orden constitucional.
Es lo más probable. Los PGE se malogran porque Madrid no pasa por el aro del separatismo. Excelente relato pre-electoral aliñado con alusiones a lo que los catalanes se pierden en calidad de vida por culpa de la ensoñación nacionalista.
¿Y si los 17 escaños nacionalistas optaran por apoyar los PGE, previamente cocinados con Podemos? La posibilidad es muy remota. Tanto la ERC de Junqueras como los exconvergentes de Torra han ido demasiado lejos en sus reclamaciones identitarias, como precio de su eventual apoyo al proyecto presupuestario. Pero si, aun así, dieran marcha atrás, también le estarían haciendo la campaña a Sánchez, cuya misión en la vida es reengancharse en Moncloa. Siempre que la marcha atrás no fuese por claudicación del Gobierno, sino por muy improbable ataque de sentido común en la fracturada familia independentista.
Y así es como Sánchez cambió el disco al descubrir las ventajas de seguir con la tramitación de los PGE. Tanto si los nacionalistas los rechazan como si los aprueban, el proyecto se ha convertido en el mejor discurso electoral del Gobierno socialista: aquí están las pruebas de nuestra justa apuesta por el Estado del Bienestar, pero el PP y los nacionalistas catalanes han puesto ante nosotros una barrera insalvable. No nos dejan mejorar la vida de los trabajadores, los parados, los dependientes, los pensionistas, los enfermos, los estudiantes.
Son los cálculos del Gobierno. Pero la realidad, cada vez más líquida, más imprevisible, es una caja de sorpresas. Y, como otras veces, Sánchez puede acabar declamando como Carilda Oliver: “Me desordenas, amor, me desordenas”.