Con motivo de habérsele concedido la Paleta de Plata, por la Asociación ARGA el pintor coruñés Pedro Bueno presenta una retrospectiva de su obra, en Afundación, que abarca desde 2000 a la actualidad y en la que deja patente el dominio alcanzado en sus principales facetas: la figuración de corte expresionista y el paisaje de acentos románticos. Son dos aspectos que podrían considerarse antitéticos, pero que se encuentran en el similar tratamiento de las atmósferas que son envolventes, crepusculares y en un parecido uso del color que prefiere las gamas oscuras, de baja saturación, dando preferencia a los tonos tierra y ocre y a sus complementarios de amplia gama de grises, que van de los blanquecinos a los pizarroso-morados.
Construye de tal modo espacios indefinidos, llenos de temblorosas incitaciones y de sugerentes auras que hablan de algo inaprehensible; por eso, lo hemos denominado, en otra ocasión, un memorialista de lo invisible; nos referíamos a sus paisajes de nuestra ciudad, en los que A Coruña aparecía desnuda, invadida de plúmbeas humedades y de un silencio expectante y evocador de ausencias. Ahora, a estos paisajes, hay que añadir otros, igualmente hermosos, de Mariñán, del Mandeo, de Baldaio, que recoge con pincel de poeta, dejando que la dorada luz se cuele entre la oscura fronda, entre un asienado concierto de notas oliváceas o verde tierra, que tienen las calidades de lo etéreo.
La obra figurativa muestra un cortejo carnavalesco de fantoches, máscaras venecianas y puertas infernales, destacando el políptico de los “Pecados capitales”, donde desnuda las miserias humanas con trazos y tintas de sombrío y poderoso expresionismo; ya para anegar en sus azules pompas a los soberbios; ya para enterrar en desmesuras color tierra a los golosos; ya para convertir el grito del iracundo en una furia de chacales o para dejar a los envidiosos atrapados en el círculo vicioso de su pecado; más piadoso con la pereza, desnuda dulces cuerpos femeninos en un dolce far niente, en un derribado estar ahí.
Se escuchan esperpénticos ecos de la tragicomedia humana, con acentos goyescos y quizás de algún expresionista alemán. Pero también puede ofrecernos el lado amable de lo humano, como en “Federico y Carlota”, donde un abuelo sostiene con gran ternura en sus poderosos brazos a la nieta. La vida está llena de contrastes y Pedro Bueno tiene la sabiduría de saber transmitirlo; también de dejar constancia de que hay algo irrepetible, maravilloso, inalienable, que es el oficio y ese lugar de la utopía donde se desarrolla: el taller; ahí resplandece la íntima y recogida luz que pone coto y nombre a las sombras.