YO ATIZO

El hallazgo del cuerpo sin vida del juez Dreyfus conmovió los cimientos sociopolíticos del país. Hombre polémico y audaz, había sabido aprovechar las sinergias del poder para ir haciendo justicia a sus justas aspiraciones, despachando con arrojo algún que otro asunto de vital importancia que el mero interés partidista, cuando no lo políticamente correcto, habían ido extraviando en el baúl de las indignidades democráticas. Su acción judicial se había caracterizado a lo largo de esta última etapa por fustigar al partido conservador, lo que le había valido un aluvión de airadas críticas y una severa campaña de desprestigio.

La evidencia de los golpes y las marcas que mostraba el cadáver denunciaban la violencia, las motivación era de todos conocida, de ahí que a nadie del sector progresista dudase que la muerte del magistrado se debía a los malos modos, peores manejos y demás violencias de los sectores más radicales de esa ideología.

De inmediato se reclamó la presencia de un nutrido grupo de forenses internacionales a fin de garantizar la legalidad de la autopsia. Una vez practicada se pudo conocer que las marcas y fracturas que presentaba el cuerpo cubrían otras más antiguas pero no menos graves. Y que si las más recientes llevaban el sello conservador las otras lucían el progresista. Sin embargo, se dictaminó como causa de la muerte suicidio por ahorcamiento. La presión sin medida concluyeron unos, la medida ambición, los otros.

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