Orgullo y prejuicio

El Amor siempre ha tenido que superar muchos obstáculos, sino que se lo digan a Romeo y Julieta, cuya pasión acabó en tragedia. Shakespeare los puso en el disparadero, hasta que acabaron con sus propias vidas, víctimas de la incomprensión y la intolerancia; por eso son hoy ejemplo universal de amor imposible. No faltan en la literatura de todos los tiempos obras que traten de este tema, los amores más o menos imposibles.
Jane Austin escribió a principios del siglo XIX su famosa novela Orgullo y prejuicio, para contar una historia más irónica y menos dramática que la de los amantes de Verona, aunque no menos ilustrativa. En este caso, los problemas que plantea la relación, sobre todo amorosa, entre los protagonistas son los tabúes y convencionalismos propios de la sociedad en que les ha tocado vivir. 
El obstáculo principal para que dos de esos protagonistas, Fitzwilliam Darcy y Elizabeth Bennet, puedan superar su desencuentro, a pesar de su innegable atracción, son las trincheras respectivas en que uno y otro está metido. Él, el señor Darcy, en la trinchera del orgullo y la señorita Bennet, en la del prejuicio. Por en medio, mucha mediocridad, hipocresía e incluso cursilería, siempre a la inglesa; aunque no falte un sentido de la realidad y conocimiento de las personas muy profundo, sorprendente teniendo en cuenta la juventud de la autora cuando escribió su obra.
Se supone que el orgullo del señor Dancy es un problema, pues no se limita a un simple sentimiento de satisfacción hacia algo propio, sino más bien a exceso de estimación de una determinada posición frente a otras. El tema del prejuicio tiene también su doble cara, pues se trata de una opinión preconcebida que, aunque no necesariamente, suele ser negativa. Además, en ambos casos, al responder a determinadas actitudes colectivas, dificultan gravemente el entendimiento entre los protagonistas.
Es verdad que, al final, el amor triunfa y la novela de Jane Austin trata de poner a cada uno en su sitio, eso sí de manera individual, demostrando que tanto los movimientos de orgullo colectivo, como los prejuicios irracionales generalizados, además de difíciles de superar, no dejan de ser trincheras donde se esconden actitudes poco recomendables.
Cuando un grupo de presión, bajo la bandera del orgullo, quiere salir al paso de determinados prejuicios, sin excluir la mascarada, el mal gusto y la violencia, propias de la masa en movimiento; más que defender una condición o un derecho, lo que está haciendo es cavando una trinchera contra los que no piensan como ellos. Así no se superan prejuicios, más bien pueden intensificarse, que a lo mejor es lo que se pretende: explotar el victimismo.

Orgullo y prejuicio

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