Francis Fukuyama se equivocó. Su predicción del “fin” de la historia no ocurrió. La historia sigue activa, se mueve, los pueblos la empujan.
Quizá su observación fue producto de la euforia triunfalista, la que invadió al mundo occidental después de la caída del Muro de Berlín. Fukuyama no tuvo en cuenta que el ser humano crea, destruye, vuelve a crear. Es inevitable. Lo lleva en su ADN.
Nada es para siempre. Todo cambia, se transforma, es parte de la evolución humana. Las ideologías tampoco mueren. Simplemente pasan por procesos de cambio, de adaptación a la nueva realidad, que a su vez influye en ellas y las modifica. De ahí su transformación.
Por lo tanto, la política no puede morir, aunque hay fuerzas que están intentando matarla. No puede ser sustituida por los mercados, como algunos desean. Si eso ocurriera sería el fin de la democracia. En todo caso, de una manera u otra, todo está relacionado con la política, ¿acaso no lo están los mercados?
La política rige el destino de los pueblos. Curiosamente, Fukuyama, que fue un firme defensor de las ideas de los “neocons”, está cambiando de parecer. De alguna manera, está aceptando que se equivocó, que cometió un error. En todo caso, el mundo está cambiando.
El credo neoliberal, diga lo que digan sus adláteres, está en crisis. La realidad es que no solucionó los grandes problemas sociales, sino que los agravó todavía más. Por lo tanto, empieza a resquebrajarse la idea del pensamiento único, de esa visión singular sobre la economía y la política que los intereses han instalado en la sociedad. La cultura neoliberal ha generado una especie de rebelión, de resistencia, o contracultura, como le llama Alain de Benoist.
Últimamente, los ciudadanos están descubriendo que estamos ente un “pluralismo” político de nombre, de una ficción construida por los medios al servicio del poder. Por lo tanto, la sociedad clama por otras alternativas, por un proyecto distinto. El actual es un fracaso. Son necesarios nuevos partidos, ecléticos ideológicamente, que beban de diferentes fuentes de pensamiento. De lo contrario, las sociedades estarán condenadas al totalitarismo de los mercados, que además marcarán el fin definitivo de la democracia.
La situación socio-económica en la UE empeora, incluso degenera por momentos. Obviamente, en unos países más que en otros. La cosa no está como para tirar cohetes.
No es tiempo de triunfalismos, pues el panorama se presenta sombrío. Pinta mal. Las clases medias está desapareciendo, el multiculturalismo es un fracaso, el racismo y la xenofobia siguen creciendo, el capital financiero está aplastando al capital productivo, en suma, estamos ante un cuadro sociológico que no augura nada bueno, nada positivo.
Algunos economistas dicen que la situación se agravará. Entre la crisis económica y el avance de las nuevas tecnologías, que producirán más paro, todo empeorará. Según un informe del banco UBS, la robótica y la inteligencia artificial harán aumentar las desigualdades sociales.
Por otro lado, un informe de Oxfam dice que las 62 personas más ricas del mundo poseen tanto como mitad de la población pobre mundial. Todo ello nos lleva a pensar que lo de la renta básica no es ningún disparate. Es más, si se quiera evitar una catástrofe humanitaria, tendrá que establecerce en los próximos años.
Los mercados –como creyó Fukuyama– no significan el fin de la historia. No son fuerzas sobrenaturales, incontrolables, como quieren hacernos creer.
Son perfectamente controlables, sólo hace falta voluntad política para hacerlo. A los mercados, esos falsos dioses, no les importa el sufrimiento de los débiles, que dentro de poco serán mayoría, ni la ruina de los países. Su negocio no es construir sociedades prósperas, equilibradas, armoniosas, sino todo lo contrario, su beneficio estriba en arruinarlas. Una vez conseguida tan “noble” misión, las compran a precio de saldo.
Por lo tanto, hay claros intereses para que los mercados sigan fuera de control, como si fueran dioses. Sin embargo, no son dioses, son humanos. Quizá demasiado.