Cartas

Aun cuando no haya sido bueno los Reyes fueron muy generosos conmigo. Quizás como recompensa a la fe que les profeso y al amor por los libros depositados en la ardorosa fría noche de enero. Ya están en mis ávidas manos. Y a mis ojos recorren sus párrafos de izquierda a derecha. Ya se cuelan en el rincón del alma donde guardo mis mejores tesoros…
Y entre las historias regaladas sobresale una que me rescata al carteo de mi juventud, “El cielo robado” del siciliano Andrea Camilleri donde se transcriben las cartas que el notario de Agrigento Michele Riotta remite a la hermosa Alma Corradi, estableciéndose una frenética y apasionada relación amorosa.
Dominados por e-mail, twitter, whatsapp y compañía pluscuamperfecta hemos olvidado el calor de la estilográfica que nos permitía volcarnos sobre el papel. Aquellos sobres puntuales que los carteros con sus enorme carteras de cuero repartían por nuestros hogares. Cartas explosivas de quererse o nostálgicas como la interminable del tren expreso de Campoamor pretendiendo evitar lo inevitable.
También la cinematrográfica, usurpada la personalidad del soldado pendolista, que irrumpirá en tragedia al alcanzar la paz. Mientras el coronel no tenía quien le escribiese, Wherter daba pistoletazo de salida al romanticismo y Bécquer lo describía desde la celda.
El cartero y Pablo Neruda. Pliegos y pliegos de papel amarillento donde laten las ilusiones de cuanto quisimos ser y la vida ha ido sorbiendo en el olvido. Frases que creíamos eternas ajadas en la fragilidad del deterioro diario. Una ráfaga de viento pintada por Pierre-Auguse Renoir en 1872. Soplos de aire que se apretaban como lapas a vidas ajenas integrándose en ellas… Olvidaba decir que el cartero llama dos veces.
Y que yo soy impenitente lector.

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