La segunda transición que tan poco gusta a algunos

Créame: de veras que no es por hablar, a lo Francisco Umbral, de “mi último libro”. Pero en la portada existe un subtítulo en el que se cita a “la segunda transición”, que, para quien suscribe, es una realidad insoslayable y en marcha. Aproveché mi presencia en un acto de campaña de Rajoy el lunes en Badajoz para, junto con mi coautor y colega, Federico Quevedo, entregar en mano un ejemplar al presidente en funciones. Ignoro si le gustó el título –que no indico, para que nadie piense que me hago publicidad: a un cercano ayudante suyo, este título, referido al cambio, le pareció casi repelente, según nos dijo–; pero, desde luego, lo que Rajoy juzgó altamente inconveniente fue el mentado subtítulo que se refiere a España en esa “segunda transición”: el hombre que habita en La Moncloa no cree que nos hallemos en esa situación. Y esa es, sin embargo, me parece a mí, la clave de la campaña en la que ya estamos inmersos.
Resulta obligado, guste o no guste a la clase política instalada, hablar de “segunda transición”, considerando que la primera completó su recorrido hace tiempo y ahora es preciso enmendarla ensayando otras reformas acordes con los tiempos de mayor exigencia democrática que vivimos. Los cambios necesarios en la Constitución, en la normativa electoral, en los reglamentos del Congreso y el Senado, en la Administración, en la financiación autonómica y en las relaciones entre el Gobierno y las autonomías, en la marcha de los partidos y de los sindicatos, y un largo etcétera, justifican equiparar esta segunda transición, reformista y regeneracionista, con la primera, en la que Adolfo Suárez, y con él toda una clase política, supo dar la vuelta al Estado poniendo los pilares de esta democracia.
Ahora, treinta y ocho años después, falta mejorar esta democracia. Modernizar definitivamente aquellas estructuras que ya se van quedando obsoletas. Cambiar mentalidades a la hora de gobernar, a la hora de ser gobernados y a la hora de gestionar lo que ha de hacer y hasta dónde la sociedad civil. Es tarea hercúlea, lo sé, propia de grandes estadistas que no sé si tenemos. Pero es una tarea que me parece urgente definir, y cuándo mejor que en una campaña ante las elecciones más decisivas que tenemos planteadas desde aquellas constituyentes de 1977. De alguna manera, me atrevo a afirmar que estamos casi ante unas nuevas elecciones constituyentes, y así deberían proclamarlo esos partidos que se dicen impulsores del Cambio, con mayúscula. Y así deberían asumirlo quienes se muestran, no sé si por pura táctica de prudencia ante su electorado conservador, más reticentes a ese Cambio.
Negar que estemos ante una segunda transición no conduce a nada. Lo estamos. Otra cosa es la amplitud y valentía que se quieran imprimir a los cambios que inevitablemente se van a producir en la legislatura que saldrá de las elecciones del 26-J. Hoy por hoy, nadie ha lanzado aún los programas concretos con sus planes para esta nueva era. Pero llegarán los programas electorales, que esta vez habrán de cumplirse en un alto porcentaje. Porque los próximos meses serán altamente reformistas o no serán, y entonces qué.

La segunda transición que tan poco gusta a algunos

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