Comprendo que ha sido la nevada del siglo, pero la verdad es que, vista desde Madrid al menos, ha pillado a contrapié al Gobierno central, al autonómico y a la mayor parte de los locales, mostrando una vez más la descoordinación palmaria que existe entre los tres escalones del poder. Lo que se agrava si se tiene en cuenta que el escalón superior, es decir, el Ejecutivo, es el primero que necesita una coordinación interna, más allá de los desmentidos, cada día más débiles, que insisten en la cohesión entre las ‘dos almas’ que anidan en el Consejo de Ministros.
Que la subida de la luz, el salario mínimo, el cómputo de las pensiones, las ayudas europeas, la reforma laboral, el empleo de la UME, algunos aspectos de la educación y la sanidad y cómo encarar la eterna ‘cuestión catalana’ provoquen grietas internas en el Ejecutivo parecería hasta lógico en una coalición que nació ‘contra natura’. Parecería, sí, inconveniente, pero hasta lógico si los debates se mantuviesen en el seno del Gobierno,. Pero cada día parece más clara la existencia de dos concepciones antagónicas de la gobernación. Y una de ellas trata de afirmarse, pese a ser la minoritaria, sobre la otra.
Apropiarse, frente a la fracción mayoritaria, de la agenda social para pretender erigirse en el campeón de los desfavorecidos frente ‘a los otros’ es un acto de deslealtad constante practicado desde la vicepresidencia segunda, contra la mayoría que encabeza un Sánchez cuya labor arbitral se hace cada día más imposible. Con todo, son las dos tesis opuestas sobre la forma del Estado lo que, a mi juicio, reviste mayor gravedad. Que una secretaria de Estado, Ione Belarra, que depende de Iglesias y a la que por tanto hay que suponer que actúa como portavoz del mismo, difunda que una ministra, la titular de Defensa actúa en complicidad con la derecha por defender la Monarquía es algo casi inaudito. Que lo haga por segunda vez me parece inaceptable. Que los informadores tengamos que centrarnos en estas cosas cuando la pandemia se cobra miles de afectados y cientos de muertos cada día, cuando media España ha quedado colapsada por una borrasca peor gestionada, es, simplemente, surrealista.
Hay lío, pero de verdad, en el seno del Gobierno, y esto que digo no es un alegato antigubernamental. Los escándalos de falta de sintonía se reproducen de día en día: las tres vicepresidentas se llevan a matar con el vicepresidente segundo, el titular de Interior fatal con la también magistrada situada en Defensa, la ministra de Trabajo se las tiene tiesas con el ministro sin carnet Escrivá, Justicia es un polvorín constante y hasta la titular de Exteriores se ha sentido más de una vez irritada de manera visible por las injerencias, sobre todo de Iglesias, en su terreno. Hablo de hechos constatables que ya ni siquiera se disimulan demasiado bien en las comparecencias que insiste vanamente en que culminará la Legislatura con la actual composición del Gabinete. Ya ni las capas de purpurina del asesor presidencial, suponiendo que las quiera seguir aplicando, sirven. A Sánchez, muy legítimo presidente del Gobierno en virtud de las urnas y hasta de las encuestas, para lo que valgan, no le queda otro remedio que poner orden en sus filas. Temo que el aplazamiento de las elecciones catalanas tendrá el efecto rebote de aplazar también otras decisiones, como una remodelación ministerial quizá más amplia que la sustitución de Illa por una ministra, Carolina Darias, y de esta por Miquel Iceta. No es posible ya perder más tiempo tejiendo lo que otros destejen. Esto no es ya un ‘Gobierno Frankenstein’; es un ‘Gobierno Penélope’, y estamos en medio de una odisea.