Resulta admirable la ligereza con que muchos leen a su manera los nuevos tiempos. Desde quienes, como Podemos, se autoatribuyen la representación de “la gente”, aunque sólo les haya votado una quinta parte del electorado y hayan sido primera fuerza en sólo cuatro circunscripciones, hasta quienes sumando lo que les interesa vienen a repetir un día sí y otro también el mantra de que el pueblo “votó cambio” como si el votante colectivo existiera.
Lo que llama la atención es que quienes ya lo veían así venir no se presentaran juntos y unidos a las elecciones. En tal supuesto, su victoria hubiera sido más amplia y, sobre todo, más acorde con el resultado de la jornada electoral. Desenlace que, como se sabe, fue el que fue: victoria del Partido Popular con millón y medio de votos por encima de su inmediato seguidor.
Estaremos, pues, metidos en un tiempo de “entendimiento y acuerdos”, pero no tanto por el mandato de un votante colectivo que no existe, cuanto por la vigencia de un sistema electoral que permite Parlamentos muy fragmentados y, sobre todo, cualquier tipo de pactos entre perdedores, a la portuguesa, pasando por encima del principio democrático básico que es el respeto a la voluntad expresada en las urnas. Porque, en puridad, el 20-D no habló la sociedad ni el pueblo, sino los ciudadanos individuales.
De alguna manera lo ponía de relieve en su despedida el ex alcalde de A Coruña y todavía presidente del PP provincial Carlos Negreira. Aunque por los pelos, fue ésta la fuerza más votada en las municipales y generales últimas. Pero, como ha dicho, mientras en un país “democrático y civilizado” así se estaría en el gobierno, aquí se está en la oposición.
Salvo que existan razones personales o familiares de peso, no sé, con todo, si Negreira se va en el momento adecuado. Cierto es que lleva once años en la vida pública y que ésta no puede atar a uno de por vida. Fue un buen alcalde y estoy seguro que de haber seguido la práctica de someter la decisión a consulta del ciudadano medio, muy probablemente éste le hubiera sugerido seguir.
Desde el punto de vista de la gestión local le afectó bastante alguna falta de sensibilidad con un sector no pequeño de la ciudad. A nivel provincial, sin embargo, fue víctima del tsunami populista general, en el que no tuvo mayores responsabilidades. Pero es en momentos como éstos cuando los líderes políticos consolidados no pueden irse: cuando el partido está herido; cuando su presencia pública sigue siendo necesaria. Eso de que dos mandatos son suficientes no es más que un mantra de los varios que, sin saber mucho por qué, se han ido imponiendo entre nosotros.