Recordemos que la balada es una composición musical de ritmo lento y romántico. La municipal nuestra se traduce en un clamor de silencio incapaz. Inoperancia repetida un día sí y otro también. Silencio. Silencio. Silencio. Desacordes elevados a la enésima potencia de ninis En Marea que no recupera resuello. Venían a dar un concierto en fa mayor, donde la cosecha de felicidad colectiva anonadaría éxtasis, y han caído en estrepitoso fracaso. Nuestro gobierno municipal, nacido para ganar, se ha escudado en negativas continuas cerrando salidas al progreso coruñés. Ahora Xulio Ferreiro y los suyos, según opinaba un “aturuxo” reciente, mantiene hostilidades con la Autoridad Portuaria. Todo vale: obras de La Marina, el túnel de O Parrote, venta de muelles, La Solana y hotel Finisterre. El caso es no sufragar dinero para el Puerto Exterior.
No olvidemos que la balada es una canción narrativa. Referida a nuestra ciudad marca los límites que la expresan y definen. Sentimentalismo conmovedor y horizonte salado. Mezcla de estilos. Viejas canciones europeas y música de baile. Tradiciones coruñesas de fregonas domésticas vociferando textos de coplas vendidos por el ciego del mercado municipal en compañía del estridente eco del afilador-paragüero y el sonido metálico del organillo popular. Composiciones que encarnan valores hogareños y familiares. Hoy nuestra balada se desdice. Semeja un concierto dirigido por un zoquete –acuerdos y resoluciones ejecutivas que no se cumplen– sin alegría, desafinado y melancólico.
¿Necesitan nuestros ediles pausas reflexivas a la hora de planificar proyectos, formalizar compromisos y realizarlos en pro de los vecinos a quienes deben servir? No queremos sueños ni quimeras. Vale que armonicen acordes de bienestar en orden a conseguir una vida más confortable y serena. Bajando las estrellas a tierra para enrocarlas en el tráfico, los pasos de cebra, calles, aceras y movilidad peatonal.