Todos los periódicos recogían la noticia: El juez que investiga la violación en grupo de una joven madrileña durante los sanfermines imputó a cuatro de los cinco procesados por un abuso sexual cometido el pasado mayo a otra chica de 21 años en una localidad de Córdoba. Al parecer, estos “tipejos” podrían haber grabado los hechos con un móvil y compartido el vídeo en un chat de WhatsApp, según señala el auto donde el magistrado sostiene también que “existen serios indicios de que podrían haberse utilizado sustancias específicamente destinadas para provocar la inconsciencia de la víctima”.
No hace mucho hablando con el abogado de uno de los imputados se lamentaba del daño que los periodistas le estábamos causando a su defendido, que había tenido “relaciones consentidas” con la chica y me instó a que investigaría la conducta de la víctima. Se me revolvió el estomago y le repliqué que debía ser complicado un trabajo consistente en defender lo indefendible con argumentos que apestaban a machismo rancio y barato además de constituir gravísimos delitos.
Ahora estos nuevos datos confirman lo peor: que ese pudo no ser un caso aislado. De hecho uno de los cinco detenidos por la violación de Pamplona envió mensajes de WhatsApp a sus amigos para relatarles lo que habían hecho. “Follándonos a una entre los cinco. Todo lo que cuente es poco. Puta pasada de viaje”, decía. Desgraciadamente la violación en grupo no es algo excepcional y cada día sabemos de nuevos casos en distintos países como si se tratara de una diabólica moda. No hace mucho conmocionó a todos el caso de una niña de 17 años, víctima de una violación múltiple en Brasil, que fue grabada en vídeo y colgada en las redes. La joven, que fue agredida por más de 30 hombres, afirmó que no le dolía el útero, si no el alma “porque existan personas tan crueles que son impunes”.
El delito se descubrió cuando uno de los sospechosos publicó en Twitter un vídeo de la chica desnuda y semiinconsciente, rodeada de varios hombres que la insultaban mientras uno de esos mal nacidos relataba que ya la habían violando más de 30. Estos cobardes no solo violan y abusan sino que además necesitan que otros, tan cobardes y miserables como ellos, vean el acto y así poder exhibir su trofeo. La cosa es de tal gravedad que se ha elaborado el concepto de “cultura de la violación” para definir un fenómeno vergonzante en una sociedad avanzada. Ahí están los sucesos de Nochevieja en Colonia o aquel caso también en Brasil de una joven estadounidense que fue secuestrada junto a su novio y violada durante horas por tres hombres, delante de su chico esposado. Fue una noche de terror en que los atracadores abusaron al menos ocho veces de la joven. “Ellos se reían todo el tiempo, principalmente cuando hacían sexo y la pegaban”, relató horrorizado el novio.
Eso por no hablar de tantos y tantos lugares del mundo donde se rapta a niñas para utilizarlas como esclavas sexuales o venderlas por internet, como una mercancía. En nuestro país, según los datos oficiales, se produce una violación cada ocho horas y solo una de cada seis se denuncia. Solo hay que echar un vistazo a las cifras de la vergüenza para hacernos una idea del problema. En 2009, año en el que se empezó a hacer una estadística precisa, se registraron 1.304 violaciones y el año pasado se computaron 1.127, según Interior, con lo que estos delitos apenas varía con el paso de los años. Si como dicen todos parte de la solución está en la educación en igualdad el fracaso es estrepitoso.