Alguien comentó alguna vez y en algún lugar que el hombre es un animal de costumbres. Cada mañana, casi a la misma hora, me encuentro con ese pensionista que regresa a su casa tras tomarse un café en el bar de costumbre. Con una de sus manos siempre dentro del bolsillo, mientras con la otra no para de saludar a todas las personas con las que se encuentra.
Como cada mañana también saludo a la viuda que regresa de comprar la prensa. Antes de preparar el almuerzo tiene tiempo suficiente para empaparse de la actualidad. También me tropiezo con esa persona de mediana edad, que vive sola con su madre, que vuelve a casa con las compras. Alguna que otra vez también se hace acompañar de un ejemplar de la prensa.
Desde primeras horas de la mañana observo como los cajeros automáticos no paran de funcionar. A primeros y a finales de cada mes se forman colas para sacar dinero o efectuar pagos puntuales. Luego en mi regreso al hogar, tras la jornada laboral, coincido con los últimos grupos de amigos, la mayoría jubilados, que apuran los momentos antes del almuerzo, para degustar las ricas tapas de alguna tasca, regadas con vinos del país o una buena cerveza.
Tampoco falta el encuentro con ese personaje solitario y enigmático que no deja pasar ni una sola papelera, de la calle peatonal, sin revisarla para llevarse a los labios alguna colilla. Tampoco faltan esos empleados de banca revisando sus teléfonos móviles antes de llegar a casa así como los grupos de jóvenes que vuelven a las aulas. Todos nos encontramos, casi todos los días, y podemos decir que ya formamos parte de la variopinta “fauna humana” de esta pequeña ciudad.