Felipe VI ha concluido su ronda por las Comunidades Autónomas españolas. En unas con mayor éxito, concurrencia y apoyo popular que en otras. La visita a Cataluña, limitada al monasterio de Poblet, fue acaso la más breve, precedida de un gesto inequívocamente hostil, poco educado, de Torra. Era un periplo necesario: Felipe VI, que es un gran Rey, tiene que reafirmarse ante el goteo de filtraciones que afectan a su padre, Juan Carlos I. Ignoro si La Zarzuela ya tiene alguna solución que defina la relación entre padre e hijo: sea la que fuere, temo que será objeto de críticas de unos u otros. Es un tema difícil en un país convulso como lo es ahora España. Y creo, quiero creer, que Pedro Sánchez acierta, frente a su socio de coalición, defendiendo a la monarquía, aunque haya decidido no respaldar al anterior jefe del Estado.
La presencia de Felipe VI en la ‘cumbre’ autonómica de este viernes es, me parece, una muestra más de que el presidente del Gobierno ha entendido que sería en estos momentos un auténtico disparate ponerse a debatir sobre la forma del Estado, es decir, sobre los basamentos de una Constitución que, desde su primer artículo, es inequívocamente monárquica.
No están los tiempos para experimentos de tal guisa, cuando el país ha de embarcarse en una reconstrucción que debe basarse en cambios de evolución, no de ruptura. Hubiese acertado mucho más aún Sánchez, en mi opinión, invitando también al líder de la oposición a ese acto, que es de Estado y no meramente de Gobierno, máxime cuando estará presidido por el monarca. Me sorprende que el propio Casado ni siquiera lo haya pedido.
Ese acercamiento entre el Gobierno y la oposición -me refiero al PP, porque con Ciudadanos ya se dan pasos de aproximación y con Vox no parece haber remedio, máxime tras el inoportuno anuncio de que presentará una moción de censura sigue siendo la gran asignatura pendiente. Si tuviese que apostar, apostaría por la probabilidad de que este viernes, en la ‘cumbre’ autonómica de San Millán de la Cogolla, los presidentes de las Comunidades, gentes que tienen tras de sí el apoyo de los votos ciudadanos, se decantarán mucho más por una colaboración entre todos, provengan de la ideología de la que provengan, que por un enfrentamiento similar al que lamentablemente hemos vivido cada semana en el Congreso de los Diputados.
Es la hora de la política y no de la politiquería. De las realidades y no de los fuegos de artificio. Hay que hablar de cómo emplear de la mejor manera las ayudas europeas, de cómo transformar España desde su actual postración, de cómo hacer frente a la amenaza del secesionismo catalán que repuntará en otoño. Allá Torra si, prosiguiendo con su política del tiro en el propio pie, desdeña ir a esta Conferencia.
Sentiré, en cambio, que Urkullu se mantenga en la posición de no acudir aludiendo a un pretexto para nada sustancial: el lehendakari, que hace tiempo que sabe que el independentismo es imposible, nos ha hecho saber más de una vez su opinión sobre el ‘procés’ catalán, y esa opinión no es precisamente positiva. Ya toca abandonar ambigüedades y distanciamientos calculados, porque el momento que vivimos exige a gritos políticas nuevas, antes de que la gente empiece a pedir políticos nuevos.
Por eso me parece una buena noticia que el Rey, aparcando momentos de tribulación personal, haya hecho su gira y presida la Conferencia de Presidentes Autonómicos, la más importante de las que se han realizado hasta ahora. Una oportunidad, creo, para empezar una nueva etapa, ahora que se ha cerrado este curso político tan desgraciado.