El sainete europeo sigue intercalándose en los entreactos del drama griego. Reuniones del Eurogrupo, propuestas, desafíos, amenazas. Toda una serie de actuaciones poco amigables con los hijos de Zeus. Es obvio que si los países pudieran embargarse –como se hace con los bienes personales– hace tiempo que los griegos hubieran sido desahuciados.
Los medios de comunicación europeos –la mayoría al servicio del establishment financiero– tratan de justificar la actuación de la Troika. Como si lo que dijeran estos señores hubiera que asumirlo como un dogma de fe.
Es curioso que se estén mezclando churras con merinas. No aclaran que las instituciones europeas hicieron la vista gorda mientras las élites griegas se dedicaban a lo suyo: al saqueo de la patria de Platón. Aunque ahora la señora Merkel y sus subordinados europeos se hagan los inocentes, conocían las artimañas y las trampas que se hacían en Grecia.
Lamentablemente, muchos de los préstamos y empréstitos no fueron invertidos en el desarrollo real de los países, sino que ayudaron a sus élites locales –y también a los prestamistas– a multiplicar sus fortunas. Grecia es un ejemplo de ese “guión”.
Es por eso que el gobierno de Tsipras habla de auditar la deuda. En realidad, deberían ser auditadas todas las grandes deudas de la eurozona, incluida la española. Sería un método eficiente y eficaz para depurar responsabilidades, para saber quienes de verdad se beneficiaron de las “inversiones”. Así, se podría poner rostro a los verdaderos culpables. De otro modo serán los Estados –y subsidiariamente los ciudadanos– los paganos.
Parce una tomadura de pelo que algunos organismos internacionales (FMI, BM, etc.) se pongan a dar pautas económicas, consejos. Unas organizaciones que están deslegitimadas moralmente, pues en lugar de ayudar al desarrollo de los países se dedican a estrangularlos.
Prueba de ello es que los que han contraído grandes deudas no levantan cabeza, puesto que una buena parte del PIB tiene que ser destinada a pagar  intereses. Con lo cual las deudas se eternizan en el tiempo, que es el negocio de los acreedores.
Es un hecho –y para ello no hace falta ser economista– que la mayoría de los débitos, empezando por el español, son impagables. A pesar de las medidas de austeridad las deudas siguen creciendo, la española lo hizo en 12.335 millones de euros en el primer trimestre de 2015. Es obvio que en algún momento en el futuro tendrán que ser condonadas. De lo contrario los países estallarán.
Las condiciones impuestas a Grecia son, nunca mejor dicho, draconianas;  le volvieron a exigir reducir las pensiones y aumentar el IVA. Curiosamente, no le exigen recortar en gastos militares. La razón sería los suculentos contratos con las empresas de armamentos, algunas de la misma nacionalidad que la de los acreedores. Eso demuestra que los recortes están diseñados para que los paguen los de siempre.
Las reglas del neoliberalismo económico son como las que rigen en las timbas: las deudas se pagan.
Por tanto, se entiende que los prestamistas se opongan verticalmente a una reestructuración de la deuda griega, que sería flexibilizar los pagos o incluso aplazarlos por un tiempo.
Sin duda, una media así evitaría mucho sufrimiento al pueblo griego, además le abriría la puerta a una posible recuperación. Pero la Troika sigue en lo de sostenella y no enmendalla. Es obvio que para estos cobradores del frac las personas no existen, son simples dígitos, frías estadísticas.
Lo de Grecia demuestra una vez más que la pertenencia al club europeo    –hoy convertido en un club de deudores– es un lastre para salir adelante.
Si la Troika hace algunas concesiones, no es porque se haya vuelto comprensiva con los griegos, sino porque teme que sin son expulsados del euro empiece el principio del fin de la UE y que Atenas sea lanzada a los brazos de Rusia, que es lo que más les asusta.
Por consiguiente, salvo sorpresas, esa combinación de factores hará que se concrete un acuerdo, al menos un acuerdo momentáneo, que en otras circunstancias sería imposible.