El concepto de “efecto llamada” nunca me ha gustado. Me da la sensación de que estamos hablando de animales que viven pendientes de los gestos del jefe para seguirle, así les lleve al infierno.
Manada: no sé quien habrá utilizado esta palabra para designar a esa pandilla de agresores sexuales que se ha hecho tristemente famosa en los sanfermines de 2016. Desde luego el término les sienta como anillo al dedo. Supongo que, como en el caso de los animales, había un cabecilla a los que el resto seguían entusiastas, jaleándose unos a otros, como se hace en las peleas de gallos.
Esa fue la primera manada que ocupó portadas. La que alimentó horas de programas de televisión y que inundó las redes sociales con especulaciones de toda índole sobre la naturaleza del famoso video. Debe haber habido muchas manadas antes que esta, ignoradas, incluso silenciadas por las propias víctimas y sus familias. No olvidemos nunca el estigma que persigue a una mujer en caso de violación, más aún si es joven o menor de edad.
Lo dramático es que después de esa ha habido muchas más. Los datos que tenemos son los publicados por un informe (Geoviolencia sexual) que, en base a las denuncias registradas en el Ministerio del Interior, ofrece cifras que deberían hacernos reflexionar: desde 2016 y hasta marzo de este año se han producido en España 104 violaciones múltiples.
Son 104 manadas. Sólo en lo que va de año son ya 14 agresiones sexuales de estas características de las que se tienen constancia.
La tendencia es al alza, no se si por ese “efecto llamada” o es que ahora se denuncia lo que antes se escondía y silenciaba, lo cierto es que cuando nos adentramos en la descripción y la cuantificación de los casos, da la impresión de que nos encontramos ante un fenómeno que tiene algunas particularidades que lo convierte en novedoso.
Estos 104 casos conocidos se han identificado a 356 agresores sexuales, de los cuales uno de cada cuatro era menor de edad. En el caso de las víctimas, de las 111 identificadas una de cada tres no tenía 18 años. Casi el 15% de los actos fueron grabados con móviles para compartirlos por las redes.
¿Qué pasa por la cabeza de esos chavales? ¿Por qué se comportan como auténticos animales? ¿Qué les hace creer que el sexo es violencia?
Aunque probablemente queda mucho por investigar, sociólogos, psicólogos y educadores ya apuntan a que el consumo de pornografía en la red sea una de las causas. Son muchas las organizaciones educativas y equipos de investigación sociológica que advierten del preocupante consumo de pornografía dura por parte de menores y de la falta de control y educación en las familias.
Esa educación sexual que nos hacía ruborizarnos ya casi no existe, los jóvenes la sustituyen por el porno en internet. Que el porno de la red sea el modelo para las relaciones sexuales de nuestros jóvenes es como si nuestros militares (funcionarios públicos) fueran por la vida comportándose como auténticos Rambos.