Mi trato con Fernando, tan escaso como productivo (para mí) se remonta al verano del 68. Preparando un recital que nunca se celebró en el Círculo Mercantil de Xuvia. Fernando hacía dúo con otro tipo joven, Emilio. Y tenían como guitarrista a un nacho que tocaba muy bien, un poco al estilo de Los Indios Tabajara, no sé si se acuerdan. De aquellas canciones recuerdo una que decía: “Este é o troveiro que vai polos camiños, que fala cos labregos e fai rir aos meniños”. O sea que la cosa tenía un punto costumbrista, a lo Serrat de los primeros tiempos. El recital aquel, que se ensayaba en un piso de Rubalcava, nunca se celebró, cosas de la censura, tan inmisericorde como la época. Luego Fernando siguió caminos diferentes y dejé de verlo.
Para mí que Fernando era un poco más joven, y en todo caso no coincidimos, entonces, a esas edades, el tiempo va muy de prisa (a fume de carozo, o de filispín), y el desfile de caras –¡y cuerpos!– a estas alturas de la película, cuando toca repasar, se hace complejo.
Lo cierto es que Fernando, profesor en el Instituto Sofía Casanova, reapareció en mi casa muchos años después. En forma de discos artesanales, tan bien imaginados como de ejecución brillante, con canciones básicamente suyas, que me hacían pensar en qué lástima que los días de esplendor de la música enlatada hayan ido a tomar viento, y no –precisamente– el de la famosa respuesta dylaniana. Que ahora, cuando no es difícil hacer un disco por cuenta propia, hay estudios de grabación bastante curiosos en domicilios particulares, las discográficas “comme il faut” se lo piensan muy mucho antes de gastarse los cuartos. Así y todo Fernando Piñón, sospecho, es de los que nacieron cantando y también de los de “cantando me han de enterrar, desde el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar”. Algo así.
Y luego de los siglos de ausencia me encontré con Fernando no hace mucho, ante la Central Librera, de Dolores, muy arropado mi amigo, o esa sensación tuve, casi como aquel “hombre enfundado” del cuento ruso. Lo cual que yo ya estaba, ahí sigo, disfrutando del último disco de Fernando Piñón&cía, que se llama Ropa tendida (y la portada no miente, con esa dama colgando ropa a una altura tan impecable como las canciones piñonianas). De una variedad que manda chover n´A Habana. Desde el costumbrismo rutinario, como un salmo, de “A los 21 (aquella de Serrat)”, con aires a lo David Bowie, para abrir boca, hasta esa “Mujer que llora”, procedente de una ópera china. En el interín, por el medio, toda una fiesta que se toma prestada a Neil Young, “Es un ángel”, o aires hímnicos en “Río Mandeo”, o divertimento docente, puntos a lo Sabina o Krahe, en “La amable interina” o paverada ferrolana, con base en nuestro incomparable idiolecto (chollo, rebajado, bajar el polvo, nacho, bazanero, cagallón, filispín, chepas, pavero, nachas, bardallas, auñando, chamba, fendecha) en “De canfurnada”. Música buena, variada, del “slow rock” al –casi– corrido mexicano, pasando, ya se dijo, por la operística y la balada. Disco, pues, muy completo, merecedor de énfasis y difusión. En cuya grabación participó, además de Fernando, esa “cía” compuesta para el caso por Eduardo Hermida, Olivia Couselo, Rebeca Bouza, Javier Amor, Ran Chen, Zhang Bo y Danny Abeledo.
Fernando Piñón, en fin, ahí sigue, en Meirás, soñando músicas que aquí son mucho más que utopías. O así lo veo yo. Disfrutándolas. (Edita LCM La Capilla Músicas/ riorecords@galicia.com).