Sobre Fernando Álvarez Bouza

Sobre Fernando Álvarez Bouza

La meritoria y santiaguesa “Follas Novas Edicións”, creadora y divulgadora de conocidas colecciones de libros, acaba de sacar a la luz otra más: la denominada “Colección Libros del Cleptómano”, dirigida por el prestigioso catedrático e intelectual gallego Luis Alonso Girgado. 
Se inicia la nueva colección con una novela del escritor ferrolano Fernando Álvarez Bouza, quien, como se recordará, en 2010, publicó la primera de sus obras –El viaje de regreso–, también novela; y, en 2011, con una versión en castellano –El Ático–, y otra, en gallego –O Ático–, su igualmente primera pieza teatral.
Esta novela de hoy, titulada Nuestro viejo faro, se nos presenta dividida en tres partes, y consta, en total, de 224 páginas. A esas partes el autor las llama “libros”, los que subtitula, respectivamente: Imágenes, Presencias, Palabras, si bien el orden en que aparecen publicados cambia para los dos primeros. Les precede una única y brevísima “Obertura”, la que, en este caso, a poco que se piense, más que significar el mero inicio de algo –o además de significar eso–, lo que de verdad resulta ser es una poderosa semilla literaria cuyo fruto no es otro que esta singular y muy buena segunda novela de Fernando Álvarez. 
Se trata de una obra, como podrá ir descubriendo cualquiera que la lea, cuyas primeras páginas ya despiertan, estimulándolo de manera creciente, el interés del lector. En ella es igualmente resaltable, como uno de sus buenos aciertos, el de que la relación de los mencionados tres libros o partes de la novela esté expresada en primera persona, es decir, contada, en cada libro, por su propio y correspondiente protagonista. De ahí el que incluso tal particularidad, para destacarla, haya sido literalmente puesta por el autor, a modo de segundo subtítulo, en las portadillas: “El relato de Santiago Barcia”, en la del libro primero; “El relato de Benito Pedreira Cadavid”, en la del segundo, y “El relato de Jesús Serantes”, en la del tercero y último. 
Se consigue así, utilizando un procedimiento elocutivo tan directo, potenciar la naturalidad y verosimilitud del discurso narrativo, a la vez, que, por idéntica causa, ese tal discurrir se enriquece con tres personales maneras de ver y describir un mundo que, para quien quiera profundizar, viene a ser, si no totalmente, sí, al menos, en su mayor parte, uno solo y el mismo: una artística especie de triedro literario. 
Fernando Álvarez, en esta su segunda novela, al igual que lo hizo en El viaje de regreso, y porque, a lo que se ve, ésa constituye una más de sus características formales o de estilo, reincide y vuelve a jugar con lo que sea el tiempo, mayormente en la primera de las partes, la titulada Presencias. Y el novelista, para así más sorprender –que no confundir– al lector, ese juego lo realiza siempre de súbito, sin el menor previo aviso, a base de superponer, con estudiadas intermitencias, diversos y muy premeditados planos temporales, o planos imaginarios, o aun espaciales. Crea, al operar con esas habilidades creativas, dentro del ámbito de la narración en marcha, una especie de halo que es el equivalente a lo que en los modernos sistemas expresivos se llaman modificantes, los cuales, sumados a (o combinados con) otras figuras literarias de que el autor también echa mano, potencian y embellecen en todos los sentidos “el cómo” y “el qué” de la novela.
En cuanto respecta a la trama argumental de Nuestro viejo faro, cuya motivación nace –o se pone a andar– por la ocurrencia del trágico hecho (afortunadamente, quedado en semitrágico) a que se alude al final de la antes mencionada “Obertura”, se ha de reconocer que es una trama compleja y muy cuidadosamente elaborada, en la que se contienen y desarrollan varias historias, aparte, como es obvio, de la más sobresaliente y principal. Se guardan en este argumentario secretos profundos y toda clase de sorpresas. Tal vez sea una de las causas –adrede querida por el propio novelista– la de la abundancia de personajes, y el que, además, entre éstos, los haya de todo tipo y condición.
 Y, expresado lo anterior, nos parece oportuno complementarlo con lo siguiente: que dichos personajes, en Nuestro viejo faro, están clara, entera y profundamente definidos y retratados; y que lo están tanto por fuera como por dentro, con sus virtudes (pocas, o ninguna), y con sus defectos y miserias (muchos y grandes). 
Y que hay que volver a destacar la meticulosidad y autoexigencia empleadas por el autor en el nada fácil tratamiento que supo darles, sobre todo, a quienes constituyen los verdaderos protagonistas de la novela –Santiago Barcia, el gran superhombre de los negocios, que, partiendo de la nada, supo hacerse a sí mismo y alcanzar, económicamente, una inmensa fortuna; Doña Amalia, la muy peculiar y un tanto esotérica madre de éste; Benito Pedreira Cadavid; Jesús Serantes...–. Y que similares elogios merecen los breves pero elocuentes y muy trabajados diálogos, el hondo calado de los mismos, su franca naturalidad... 
Pero, en fin, repito, para ya terminar: que Fernando Álvarez Bouza hoy nos demuestra, por segunda o tercera vez, que, además de poseer un muy valioso y personal talento literario y unas inmejorables cualidades de espectador, de agudo y reflexivo observador de la vida, también cuenta en su haber con la importantísima riqueza que le suponen sus innumerables lecturas y relecturas.

Sobre Fernando Álvarez Bouza

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