Hace escasamente dos meses en un cine privado de Londres, durante la presentación del documental “Unidos por el viento”, el trabajador de Nervión José Luís Allegue relataba el crucial balón de aire que el sector de la eólica marina había supuesto para Ferrol. La construcción de “jackets”, gigantescas torres de apoyo de molinos de viento en alta mar, trajo a la ciudad naval una más que necesaria diversificación, además de poner a la industria de la comarca entre los líderes del sector a nivel mundial.
En poco más de un lustro, naciones como Alemania, Portugal, Inglaterra o Escocia contaron en sus costas con ejemplos tangibles y duraderos del buen hacer de la mano de obra gallega; contratos bien conocidos y celebrados por los habitantes de una ciudad que, pese a reconversiones y crisis, se niega a desprenderse de una industria forjada en su ADN. Sin embargo, pocos saben que este mismo conocimiento, esta nueva rama del naval en tan pocos años conquistada, también está presente al otro lado de la Tierra, en una nación tan diferente y a la vez tan similar a Galicia como es Taiwán.
La isla de Formosa, como la llamaron por su incomparable belleza los portugueses en el siglo XVII, fue, junto a Filipinas, uno de los primeros baluartes españoles en Asia. A pesar de que la presencia hispana duró mucho menos que en su vecina del sur, todavía pueden verse en esta pequeña isla a casi 11.000 kilómetros de Ferrol restos de este primer asentamiento, incluido un cabo bautizado como Santiago –Sāndiāojiao en mandarín romanizado–.
Así, mientras los españoles dominaban durante 16 años el norte del país, los holandeses hicieron lo propio en el sur, donde a día de hoy se encuentra la ciudad de Kaohsiung, el polo industrial de la nación y última conquista del naval gallego desde hace dos años. En esta gigantesca urbe consagrada a la diosa Matsu, patrona de los marinos, Nervión encontró una oportunidad de negocio única, tal y como explica Roberto Bouzas, gerente de Proyectos Navales y Eólica Marina de la corporación.
Reconquistando Formosa
“Nuestra relación con SDMS –Sing Da Marine Structure–, que es la filial que China Steel Corporation crea para la eólica marina, comenzó hace dos años, cuando ellos se acercaron a Ferrol para conocer Navantia, que estaba construyendo sus primeras “jackets” para Iberdorla”, narra Bouzas. Por cuestiones de políticas empresariales, el grupo naval público “declinó” la oferta de los taiwaneses, lo que abrió la puerta a que Nervión “diese ese soporte”. De este modo, se inició un traspaso de conocimiento para la fabricación de estructuras marítimas para uno de los proyectos de eólica más ambiciosos del mundo: la instalación de quinientas unidades alrededor de la isla en 2025 –con el objetivo de que todo el país utilice energías renovables en 2050–.
El acuerdo con SDMS, detalla Roberto Bouzas, constaba de tres fases. Las dos primeras, mucho más locales, partían del intercambio de información y el aprendizaje técnico de los ingenieros asiáticos en la ciudad naval; la tercera, en la que se encuentra inmersa Nervión en la actualidad, supone la formación, supervisión y asistencia de los profesionales gallegos en la propia Kaohsiung. Curiosamente, este gigantesco proyecto parece invertir los dos polos colonialistas en la Formosa del siglo XVII, con los especialistas españoles en eólica marina operando en el sur mientras que en este caso los daneses lo hacen en el norte.
Conocimiento compartido
Sin embargo, hay un factor que en estas situaciones siempre levanta suspicacias entre todos aquellos dedicados al sector y que concretamente en Ferrol tiene especial incidencia; un punto en la conversación que es necesario aclarar: el impacto que puede tener en el naval el “traspasar” un conocimiento que ha supuesto un retorno a los puestos de liderazgo del sector a nivel mundial. Como es bien sabido, la incorporación al mercado de potencias asiáticas como China, Japón o Corea en la década de los 80 llevó al mercado europeo de construcción de buques a una profunda crisis de la que aún se está recuperando. ¿Es por ello responsable trasladar lo que ahora hace única a Ferrol hacia las mismas aguas que, en parte, aceleraron su caída?
En este sentido, Roberto Bouzas lo tiene claro: “es completamente a la inversa (…), el mercado taiwanés va a ser mucho más potente que el europeo, con lo cual ellos ya no van a ser capaces de hacer lo suyo, como para tratar de venir a Europa”.
De este modo, el puerto de Kaohsiung, un área que salvando las distancias parece un reflejo a lo grande de la ciudad naval –incluso con numerosas muestras de arte urbano parejas a las famosas Meninas ferrolanas– se ha convertido en el último baluarte de la industria de la comarca. No obstante, cabe destacar que estas “jackets”, estas construcciones que desde antes de su concepción ya llevan imbuido ADN ártabro, no son gemelas a las que ya son habituales ver en los astilleros de Fene –tanto aquellas de cuatro soportes como las de tres–. Los constantes terremotos y especialmente los espectaculares tifones que golpean la isla cada año han hecho de estas estructuras una evolución.
Tal y como explica Bouzas, estas difieren en “dimensiones, espesores de materiales” y otras características técnicas que “presentan grandes retos” pero que, a su vez, certifican un saber hacer y una profesionalidad que, vistos en perspectiva, ya han conquistado los cinco continentes. l