Los Torrente

Los Torrente
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Torrente Ballester, Don Gonzalo, era una figura familiar en mi casa siendo yo un cativo. Profesor de mi tío Eduardo en el Tirso de Molina, antes de la Guerra, amigo de mi tía Felisa, después de ella, veía yo sus libros de autor poco vendido, entonces, si no fuera precisamente por los ferrolanos, básicamente, que habían comprado Javier Mariño, conservo la primera edición, de Editora Nacional, censurada (luego sería el propio Torrente quien haría desaparecer de esa novela cosas un poco “sauvage” de más), o Los gozos y las sombras. Aún no había llegado el Torrente Ballester de La Saga-Fuga de J.B., y con ella el principio de la difusión imparable de la obra del ferrolano, a la que coadyuvaría el éxito televisivo de Los gozos…
Ferrolano de la Calle del Hospital, o al menos así lo declaró el propio Torrente a Carlos Polo, vid. “Galicia en sus hombres de hoy” (Madrid, 1971). “Nací en Ferrol, en la Calle del Hospital, el 13 de junio de 1910, en una casa que ya no existe, porque la absorbió el Hospital de Caridad y que estaba al lado de la Comisaría de Policía” (pg. 267). A Torrente lo vi por vez primera en el Instituto, dictando una conferencia sobre Valle, en junio de 1966. Conferencia accidentada pues a poco de comenzar saltaron por el aire los cristales de las ventanas. Alumnos resentidos por las notas de fin de curso, parece. Público, mínimo.
La última vez que estuve ante Don Gonzalo, ahora alternando con él, fue en el Hostal de los Reyes Católicos, 11 de setiembre de 1993. Hablamos de Ferrol, claro, y del humor ferrolano. (La noche anterior asistí al dueto que se marcó con Saramago, memorable diálogo entre el viejo comunista, ateo y estas cosas, y el liberal viejo, católico, creo; un portento de brillantez y bonhomía por parte de ambos en el contexto del congreso del Pen Club en el que se había aparecido Salman Rushdie, protegido por guardaespaldas contra la “fatwa” infame). De mi encuentro último con Torrente tengo foto: estoy con él y Nélida Piñon. Alto honor para mí.
A Torrente lo sigo leyendo intermitentemente. En especial Dafne y ensueños. Y leo también a su hijo segundo, Gonzalo Torrente Malvido, Gonzalito, aquel niño mal de casa bien, nacido en Ferrol, Calle Coruña, o “De los Muertos”, en 1935, aunque pasando pronto a Rubalcava. Ahora mismo tengo ante mí, Torrente Ballester mi padre (Temas de Hoy, Madrid, 1990).
Curioso libro donde se nos dan muchas claves. Por ejemplo la necesidad de GTB de recibir constantemente elogios literarios “de los que cortaban el bacalao del cotarro, puede que justificada esta preferencia por tantos años de olvido en la segunda división del oficio, despreciado de la crítica y solo animado por unos cuantos forofos” (pg. 259.) Gonzalito, bohemio, vividor, huésped de cárceles por delitos de guante blanco, eso sí, es el destinatario de la mítica dedicatoria paterna “A quien más dolor me causa”. Como bien se ocupaba de reivindicar este hombre, a quien conocí, después de arduas negociaciones (puro teatro) en el bar “El Cañizo” de la madrileña Calle Fuencarral. Gonzalito, contra lo que me habían profetizado, no me dio sablazo ninguno. Sino que mantuvimos larga y sabrosa conversación, que reflejé en este diario, el 21 de noviembre de 2001. De ella entresaco aquella observación: “Mi padre pecó de inteligente”.
Con el autor de Hombres varados, novela finalista del Nadal, cuando este premio era categoría y no anécdota, tuve cierto trato. Siempre al aire literario, su mundo auténtico a pesar de tanto talento desaprovechado, en el Círculo de Bellas Artes, en Sargadelos de la Calle Zurbano.  Torrente Malvido haciendo gala de un dandismo de ropa y ademanes muy gastados. Y aun así. Gonzalito murió en Madrid, agonizando diciembre de 2011, sin poder cumplir su ilusión (eso me dijo al menos) de pasar sus últimos años en Ferrol, disfrutando “de la sombras de A Cabana y de los soles de Baterías”.

la tercera generación
Y queda, en fin, un tercer Torrente, en este caso Marcos Giralt Torrente, nieto de Don Gonzalo, por parte de su hija, María Luisa. Marcos no es ferrolano (nació en Madrid, en 1968), pero a mí me apetece que de alguna manera lo sea, pura admiración que siento por su escritura. Y su persona, desde que lo conocí, en el Círculo de Bellas Artes (de la Calle de Alcalá), con motivo de un sarao presentado por mí, en el que Marcos intervenía con Inés Pedrosa y José Luis Peixoto. Luego nos hemos visto con maneras guadiánicas, la última vez en el programa radiofónico de Ignacio Elguero “La Estación Azul”, con Cristina Hermoso de Mendoza a la locución bien timbrada. Como la escritura de Marcos Giralt Torrente, hombre discreto, tal vez un poco tímido, no sé, en todo caso nada túzaro o huraño.
Marcos es autor de un libro impresionante, Tiempo de vida (Anagrama), que habla de la relación, difícil, y esto no es un pleonasmo, con su padre, el pintor Juan Giralt. Con una lucidez extrema Marcos Giralt Torrente recompone la historia paterno-filial a raíz de la enfermedad que habría de acabar con el padre. Y yo quiero decir (y creo que José Torregrosa, a quien recomendé el libro, y siempre que lo veo me lo recuerda agradecido, estará de acuerdo conmigo) que pocas veces se ha escrito nada tan radicalmente (de calidez radical) sensible, en lo que se refiere a territorio tan sensible como es el que ocupan los hijos en relación con los padres.
No, Marcos Giralt Torrente no es ferrolano, pero viene de una estirpe que se fue curtiendo en contacto con esos mares. Y de alguna manera le pertenecen. Y él a ellos. Sí. 

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