Francisco José Castro Dopico, más conocido como Pancho, de 52 años, no puede hablar. Sus palabras y pensamientos salen en el Hospital Arquitecto Marcide de la boca de su mujer, Rosana, después de que el pasado 13 de mayo le fuese realizada una traqueotomía, a consecuencia de un tumor cerebral alojado en su cabeza durante años, según supusieron los médicos después, que presionaba su cerebelo.
Sin embargo, la llegada de este diagnóstico tardó más de tres años en llegar a conocimiento de Pancho y Rosana. Al ahora excelador del Hospital General –su situación actual le impide volver a trabajar– le comunicaron que sufría vómitos psicógenos –causados por nerviosismo o estrés– tras repetidas visitas a urgencias, estando incluso ingresado dos veces a principios de 2012. Es decir, todo estaba en su cabeza y como tal recibió tratamiento psiquiátrico, durante tres años, sin que remitiesen los vómitos, sus problemas para tragar, mareos...un deterioro físico, y con el tiempo también mental, más que visible.
La búsqueda de soluciones, después de pasar por todas las áreas médicas, lo llevó, a mediados del pasado mes de abril, a la Doctora Suárez, otorrinolaringóloga, que, según manifiestan, les comunicó de inmediato una posible lesión cerebral. Una resonancia, gestionada en dos días, más tarde –cabe destacar ya se le había practicado un TAC sin contraste años antes sin que se apreciase el citado tumor– terminó con Pancho en la mesa de operaciones el 11 de mayo, en las manos del Doctor Villa –la masa era grande en exceso para aplicar radio–. Días después se le practico la citada traqueotomía y la colocación de la conocida cánula de balón, si bien la suerte seguía dando la espalda a Pancho y, solo cinco días más tarde, tuvo que ser operado de urgencia por un coágulo de pus que estaba bajando al corazón y que le dijeron, en principio, que se trataba de una contractura el dolor que sentía en el cuello.
impotencia
Menos de un mes después, concretamente el día 5 de junio, Pancho y Rosana estaban en casa, con sus dos hijos. Los mareos y las bajadas de tensión –pasó de sufrir hipertensión a hipotensión– le impedían llevar una vida normal, teniendo en cuenta sus circunstancias.
Con el peligro de sufrir una fatal caída en cualquier momento, además de por otros motivos, la dependencia, en este caso, de Rosana, era un hecho. Y es que prácticamente todos los efectos secundarios de la complicada intervención a la que había sido sometido le tocaron en una desafortunada lotería. Sin embargo, de cara a llevar una vida digna, a Pancho le recetaron un medicamento que podía aliviar, al menos, sus mareos y pérdidas de equilibrio. Eso sí, para tomarla era necesario que el paciente, Pancho, o alguien en su nombre se desplazase a A Coruña, ya que aquí no la había y tampoco la enviaban. Los obstáculos seguían. El Astanín dio paso al Midodrina, un medicamento que después supieron descatalogado –si bien se lo administraban en el hospital– y que cumplía sus funciones. El problema, un coste de 200 euros al mes, al no cubrirlo la Seguridad Social, a pesar de uso justificado, según su médico, en este paciente.
Con Pancho sin poder volver a su trabajo y Rosana no pudiendo dejar el suyo para cuidarlo, los gastos a los que se enfrenta esta pareja –cuidadores, pañales, otros medicamentos...– se ven así incrementados por un contratiempo que no entienden. Ante la imposibilidad de hacer frente sin endeudarse a este desembolso, Pancho comenzó ayer a probar un plan B, C o quizá ya Z, después de su largo historial médico. Un fármaco que podría estar subvencionado, el Droxidona, si bien en el caso de que calme su situación, tendrían que volver a desplazarse a A Coruña, a la delegación provincial de Sanidad, al no servirlo al hospital.
La impotencia vivida durante los últimos tres años y la falta de medios para emprender otro tipo de acciones ante algunos hechos que definen como negligencias, no impidió, sin embargo, que Pancho acudiese a la boda de su hijo mayor hace dos semanas. Con el permiso final del director médico, pudo abandonar el hospital para acompañar a su familia en esta jornada y, durante al menos unas horas, volver a sentirse “normal” y olvidar los últimos tres, horribles, años.