La última parada que habíamos hecho en nuestro paseo virtual por la ciudad nos había dejado en la Glorieta de la Orden Tercera, espacio urbano que es una parte de lo que en el pasado fue el campo de San Roque. También formaba parte de este Campo la calle–avenida que da nombre a este artículo, avenida que si bien es corta en sus dimensiones físicas –creo que no llega a los cien metros de longitud- siempre me ha parecido un enclave privilegiado no solo por su situación urbana sino también porque todo lo que allí puede verse –edificios y árboles- combinan sosiego, belleza e interés histórico. En su extremo occidental –a escasos metros de la puerta principal del Parque Municipal Raíña Sofía- una hermosa y elegante vivienda con patio exterior conocida como “chalet de Antón”, que va a celebrar pronto el centenario de su construcción –se edificó en 1918-, obra del famoso arquitecto Rodolfo Ucha, de la que llama enseguida la atención su mirador hexagonal coronado por un llamativo capitel. En el otro extremo de la avenida, otro edificio sencillo, de apariencia humilde: es un convento de clausura en cuya capilla puede sentirse la espiritualidad de forma íntima y profunda.
La casa-chalet Antón lleva precisamente el nombre de quien fue su promotor, que es el mismo que el titular de la avenida, don Emilio Antón e Iboleón (Ferrol 1835-1919), persona que ejerció diversas e importantes actividades en su ciudad natal, tanto en el campo privado -consignatario de buques- como en el institucional -Presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación- y otros más, importantes de por sí pero que resultaría largo de enumerar. Pero el cargo desempeñado por el señor Antón de mayor trascendencia para la historia de Ferrol, es el de Alcalde, labor que desempeñó en tres ocasiones: cuatro meses de 1899, de 1900 a 1904 y de 1910 a 1913. Ciertamente, su preparación para el buen desempeño del cargo como regidor local parece idónea: vasta cultura, amplia experiencia en la empresa privada, perfecto dominio del idioma inglés fruto de su larga formación en el Reino Unido, de ideología liberal-conservador, amigo personal de otro político ferrolano -José Canalejas-, todo ello trajo como consecuencia una gestión eficaz y fructífera para el progreso social, económico e industrial de su pueblo. Es de suponer que los problemas con los que se enfrenta el alcalde de una ciudad, en cualquier época que se contemple, son arduos y constantes, y al alcalde Antón Iboleón no le faltó trabajo. Estamos hablando de un tiempo en el que se inauguraron las obras para la construcción del ferrocarril de la costa, proyecto de traída de aguas a la ciudad, ampliación del puerto, electrificación de los barrios periféricos, etc, etc, todo de una enorme importancia, pero cuya enumeración detallada, descripción y análisis sería más propio de un libro biográfico que de un artículo periodístico.
Pero un ayuntamiento no solo tiene que atender a grandes y llamativos proyectos, sino que la labor diaria, rutinaria, requiere la atención de su primera autoridad para hacer la vida de sus habitantes más grata, conservando lo útil y actualizando lo obsoleto y todo eso mereció la atención de nuestro protagonista de hoy. Un dato curioso con sabor a anécdota puede servir como muestra: en febrero de 1910, la Guardia Municipal de Ferrol llevaba como arma un sable, llamativo pero de muy poca eficacia en la práctica; probablemente debido a la formación británica del alcalde, en esa fecha se adoptó la medida de sustituir el sable por un bastón corto y pesado, mucho más eficaz para la labor policial, similar al entonces utilizado por la policía inglesa, es decir, una “porra”. De su labor social merece recordarse que como presidente nato por su condición de alcalde, del Hospicio y de la Escuela de Arte y Oficios de Ferrol, se puso al frente de las protestas ciudadanas originadas por el intento de la Diputación Provincial de retirar las subvenciones a estos centros, lo que podía suponer su cierre, consiguiendo que la medida no se llevara a cabo. También se decidió durante su mandato el traslado del lugar de celebración de la feria que se celebraba en la Plaza de Armas al espacio comprendido entre el mercado central y la fuente de Las Palomas, es decir, al lugar donde aún hoy se celebra. Fechas de acontecimientos importantes ocurridos durante el tiempo en el que ejerció la alcaldía podrían recordarse varias; sirvan a título de ejemplo la botadura del acorazado “España”, la inauguración del ferrocarril Ferrol-Betanzos, etc. Visitas reales y otros merecimientos, significaron que títulos, honores y condecoraciones, premiaron su buen hacer.
Su vida personal y familiar no es ya tema propio de un artículo cuyo objetivo básico es que los ferrolanos de hoy tengan una somera idea de quienes fueron las personas que merecieron en el pasado el honor de que una calle de la ciudad lleve su nombre. Sí puede aquí señalarse que nuestro protagonista de hoy fue padre de trece hijos y abuelo de más de cincuenta nietos, por lo que hoy en día es fácil ver y cruzarse con nietos, bisnietos y tataranietos de don Emilio.
Los lectores de estos artículos agrupados bajo el genérico nombre de Callejero ferrolano seguramente recuerdan que al hablar de la calle Arce señalábamos que se daba la afortunada circunstancia de que su nombre no había sido reemplazado; en cambio, al hablar de la calle San Diego, nombre que le había sido asignado a la calle a finales del siglo XVIII, durante una época del siglo XX se llamó Ramón Franco, recuperando luego su nombre original. Pues bien, en la avenida Emilio Antón, ocurrió algo parecido: en España, el cambio de régimen político producido en el último cuarto del pasado siglo, decidió a muchos ayuntamientos, entre otras medidas, a cambiar el nombre de las calles que tuvieran alguna relación directa con el régimen anterior, y, de ese modo, también en Ferrol, un buen día se aprobó el cambio de varias docenas de vías urbanas. En muchas localidades de España, por error, ligereza, confusión de nombres, o por la razón que fuera, se cometieron desatinos, de los que tengo ya registrados más de uno. En nuestra ciudad, uno de los cambios efectuados fue el nombre de la avenida Emilio Antón, que pasó a llamarse Isaac Albéniz (1860-1909), sin duda un gran músico, compositor y, sobre todo, pianista, ya famoso como niño prodigio concertista con diez años; tal vez su composición más conocida sea la titulada Suite Española. Pues bien, al producirse el cambio de nombre de la avenida, un bisnieto de Emilio Antón dirigió un escrito al alcalde de la ciudad, en el que además de aclarar que él no tenía nada contra Isaac Albéniz, razonaba que el cambio había sido un claro error. Así lo entendió la alcaldía, y hay que reconocer en su honor que no tardó en deshacerse el cambio y la avenida volvió a llamarse Emilio Antón.