Un plante para todos

adie vive por si solo en un planeta que es para todos. Lo sabemos, pero en realidad lo cultivamos bien poco, porque entendemos mal esta compleja trama de relaciones interpersonales que supone vivir en sociedad, desde el respeto a cada cual, que es lo verdaderamente valioso para poder convivir unidos. La consideración hacia toda existencia es el primer efecto del cambio, porque es desde el afecto como se pueden modificar actitudes. Con frecuencia, olvidamos que somos seres pensantes, lo que conlleva raciocinio y humanidad, poder sentirse parte del proyecto de vida, concebirse acogido, amado siempre, conciliado y reconciliado con sus análogos, que han de alentarse a vivir mutuamente. En consecuencia, esta diversidad de rostros y de rastros, deben transformar nuestros corazones, para reencontrar esa unidad, que no uniformidad, que en el fondo anhelamos y que no damos respuesta, en parte por nuestro desinterés y falta de comprensión hacia los demás. Ya está bien de pensar en uno mismo, de anteponer nuestro éxito personal ante todo y sobre todo. 
Lo cierto es que la atmósfera individualista y privilegiada de algunos moradores, suele trabajar con lenguajes egoístas, que en lugar de construir espacios armónicos, los destruye imponiendo entornos hostiles. Únicamente el egocentrismo y el rencor tienen terruño en nuestro ser, la fraternidad apenas cuenta en nuestro diario acontecer. Por eso, a  mi juicio, es vital que las operaciones de mantenimiento de la paz sean más agiles, fuertes y seguras; al tiempo que se reparen injusticias y se reconstruyan áreas seguras.  No tenemos más que un planeta para todos, y en las contiendas no únicamente se liquidan vidas humanas, también se arruinan entornos, se envenenan suelos y se sacrifican animales, se contaminan ríos, se queman cultivos, se talan bosques, porque en las guerras no olvidemos que todo se pierde y que todos perdemos algo, al menos esa área pacífica que necesita cada corazón,  al prevalecer inexorable la lógica de la envidia y de la violencia. Por desgracia, el ser humano continua teniendo sed de libertad y sosiego en una tierra prepotente a más no poder, que no se entiende ni a sí mismo, y tampoco se deja atender por el raciocinio, porque al fin todo lo basa en el poder y en la fuerza. 
El orgullo, complemento de la rudeza, nos viene dejando sin luces. Hoy más que nunca es necesario construir entre todos, entre esta humanidad globalizada, otros horizontes más humanos, fruto de la victoria sobre nosotros mismos, sobre las potencias del odio y la venganza, que tanto nos desfiguran como nos deshumanizan. Es menester, por tanto, que las nuevas generaciones activen mucho más el corazón que la coraza, se muestren más abiertos y no encerrados en particularismos que lo único que provocan es división, y todo este buen hacer, se active bajo un contexto de comprensión y diálogo. Nuestro interior tiene que arder en donación. El entendimiento es nuestra mediación.

Un plante para todos

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