Libertad de expresión

Esto de la libertad de expresión nunca ha sido fácil, ya me lo decían a mí de pequeño “calladito estás más guapo”. No es que me sintiera reprimido, pues la verdad nunca hice demasiado caso, siempre he sido un poco bocazas, mientras que lo de guapo lo tenía crudo aun cerrando la boca, así que para qué molestarme, decía lo primero que se  me ocurría. Sólo el tiempo y la experiencia me han enseñado que, sino más guapo, hablando poco se está más tranquilo. Se mete menos la pata, se molesta menos e, incluso, se ahorran energías.
Siempre se ha asegurado que las palabras se las llevaba el viento, la verdad es que ahora se las queda wasap o alguna otra plataforma virtual, para recordarnos mejor aquel otro consejo de nuestros educadores: “de callar no te arrepentirás”. Yo creo que esta es una lección que se aprende demasiado tarde, yo no soy partidario de que nadie se reprima, pero ser discreto es una virtud muy loable. Con la palabra se puede hacer mucho daño, es un arma muy poderosa, no diré, como algunos, que “es un mundo entero de malicia”, pero no cabe duda de que puede estar cargada de veneno. No es el caso de los niños o de los locos a quienes siempre se les ha atribuido decir la verdad, a veces inoportuna y dolorosa, pero verdad al fin y al cabo.
Todavía recuerdo la primera vez que una criaturilla de Dios, de apenas dos o tres años, me llamó abuelo en plena calle, volví a casa descompuesto. A estas alturas el apelativo me resulta hasta laudatorio: ¿dónde quedó aquello de“¡oiga joven!” que todavía nos regala alguna que otra alma caritativa? Sin ser niño ni loco hay quien no puede dejar de decir lo primero que se le ocurre, conocí a una persona que por un raro tic nervioso decía una cosa e inmediatamente la contraria, siendo esto último lo que realmente pensaba, o eso creo. Sin duda, se trataba de un problema grave para la vida social, porque te podía llamar guapo y feo en pocos segundos y sin solución de continuidad.
Esta incontinencia verbal hacía daño sobre todo a quien la padecía, pues los interlocutores éramos conscientes de la falta de voluntad de molestar de aquella buena persona. Muy distinto es el caso de bastantes fanáticos, sobre todode los que se escudan en el anonimato de las movilizaciones callejeras para hacer uso, con toda impunidad, de la procacidad y del insulto. Como es lógico hay quien, revestido con la autoridad pertinente y velando por el bien general,decidió poner fin a tanto desafuero, penando por ley estos comportamientos, dirigidos de obra y de palabra contra los representantes de la autoridad y las instituciones legítimamente constituidas. Lejos de ser una mordaza es la verdadera defensa de las libertades públicas y de la dignidad personal.
 

Libertad de expresión

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