Ángel Oliver... y V.A.

Glosaba Vicente Araguas el pasado domingo, en este periódico, la personalidad literaria, y también humana, de Ángel Oliver, muy aseado escritor ferrolano, finalista, nada menos, que del prestigioso “Nadal” en sus primeros tiempos, allá mediados los cincuenta del siglo pasado, con una excelente novela, “Días turbulentos”, de honda raíz costumbrista, amena en su tensión narrativa, y del todo evocadora del Ferrol de principios de siglo, todavía con aroma, claro, del XIX. Ah, y hasta con una curiosidad, cómo decir, simpática, y es que Juan Bastida, “de la ilustre casa ferrolana de los Bastida…”, tal y como inicia Oliver la novela, en tiempo de hoy fácilmente lleva a evocarnos al muy posterior “JB”, José Bastida, de “La saga/fuga” de Torrente Ballester, naturalmente sólo en su consideración nominal pero de muy curiosa coincidencia, tanta, que acaba por hacer de Bastida todo un apellido con incuestionable vocación protagonista en la Galicia literaria. 
Está ahora mismo Ángel Oliver en plena efeméride del centenario, y por más que no puedo yo auxiliar a Vicente en su deseo de encontrar rastro cierto de este escritor –ya me gustaría, ya– tuve alegría complacida, y hasta gratitud, con esa iniciativa de Araguas de airear la figura literaria de Ángel Oliver, notable ferrolano, marino de profesión, del que me temo no se tiene noticia bastante, más bien escasa, y según en qué ámbitos seguramente ninguna. No he de repetir sobre Oliver esas circunstancias ya informadas, su vinculación importante con la ciudad de Cartagena, y con Murcia en general, tan sólo sumarme a la causa justa y noble de procurar la localización de este ferrolano de Montecoruto, escritor de oficio y estilo, además de referencia imprescindible en la mejor tradición de la “novela ferrolana”, y todo ello a ver si al fin jubiloso de honrar, todavía en viva y lúcida presencia, los cien años fecundos de Ángel Oliver. 
Es aquí, en estas historias de afectos y reconocimientos, personales y artísticos, donde las instituciones, unas y otras, todas, aunque desde luego unas más que otras en obligación formal y moral, tendrían que mostrarse activas, dinámicas, eficaces, y cómo no, entrañablemente cordiales. Por justicia poética, enteramente, y a la vez, en este caso, porque el maestro de ceremonias, el auspiciador, de lleno en su papel de vate, resulta ser Vicente Araguas, que de todo esto sabe un rato largo. Y también de lealtades literarias, como es de ver. 
 

Ángel Oliver... y V.A.

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