Una pata de conejo, por favor

ensaba yo que estábamos a mediados de julio, pero creo que estoy despistada. Hoy debe ser 28 de diciembre, para empezar porque la climatología que tenemos encaja, que para salir a bajar al perro me he tenido que abrigar mucho (menuda chusta de verano) y para continuar porque todo lo que me pasa hoy me parece una broma, un vacile o, en su defecto, un intento de inocentada. Lo peor es que no, que son realidades palpables.
Ya debí de levantarme con el pie izquierdo e igual hasta había un tuerto mirándome desde alguna ventana vecina. Menos mal que vivo en un séptimo y está difícil que un gato negro se me cuele por la ventana, aunque no tentemos a la suerte, que yo me conozco y hoy fueron todo calamidades desde primerita hora. Les cuento. Me tuve que hacer dos cafés porque el primero se me cayó. Así, literal. Ya tengo una taza menos. ¡Yo, que soy coleccionista! Luego, desayuné a golpe de BOE y el Estado me dio la gran noticia de que se adelanta el examen de la oposición como un mes sobre lo que estaba previsto, y yo ahí ya me he querido tirar desde una de las pasarela de Alfonso Molina porque no me llegan los días ni las horas para estudiar señores. A la hora de comer había pescado. No tengo nada más que decir sobre esto, porque creo que se define por sí solo. Por la tarde, durante mis felices a la par que entretenidas horas de estudio, se me acabó la tinta del único boli negro que tenía en toda la casa y mi subrayador favorito (en tono aguamarina pastel, una que es fina) ha decidido dejar de prestar servicio. Ah, la cinta correctora también se terminó. Todo en la misma tarde, prometido. 
Negra de penas, rozando el atardecer, decidí salir a tomar un poquito el aire. Pues casi no llego a cumplirlo. Resulta que el ascensor estaba estropeado momentáneamente o yo no sé qué pasaba, pero tuve que echarme los siete pisos abajo, tropezón incluido, eso sí, gracias al cielo, sin caída libre que es cosa muy de mi estilo. 
Y aquí estoy de vuelta, en la -por ahora- paz y serenidad del hogar. Y gratamente sorprendida de no haber muerto por asfixia durante la cena, que dado el día de hoy, casi era lo suyo. Así que lo mejor será que deje de teclear estas líneas y vaya a protegerme bajo mi nórdico, porque como todos sabemos, es un muro indestructible contra problemas, fantasmas y todo tipo de bichería que pueda perturbar nuestro sueño. ¡Mañana más y mejor! 

Una pata de conejo, por favor

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