Cada cual, en su papel

cuando una catástrofe se produce, lo más importante es que cada cual se mantenga en su papel, sin interferir en la labor de otros, sin buscar protagonismos ni holgazanear en la tarea que le corresponda. Quien habla conmigo es un experto en inteligencia militar y me ha soltado la frase que antecede. Me ha parecido conveniente ahora tras el atentado del jueves en Barcelona. Lo esencial es eso, que cada cual, cada Administración, cada personaje, desarrolle con dignidad y eficacia el papel que le toca jugar. Comenzando, claro, por el rey, que ha estado plenamente a la altura que de él se esperaba. Y concluyendo por el conseller de Interior, de quien lo menos que se puede decir es que mete la pata estrepitosamente.
No estoy seguro de que la reunión del pacto antiterrorista, dados los antecedentes, vaya a resultar muy eficaz, y, en cambio, estoy casi convencido de que alguno de los representantes políticos, tan ansiosos siempre de protagonismo no podrá evitar participar en la carrera de demasías verbales y despropósitos. Confío en no acertar en esta predicción.
Pero justo es decir que, desde luego, el rey, que ha vuelto a ganarse el cargo este fin de semana, lo mismo que Rajoy, sobrio y contenido, y Puigdemont, que ofreció una sensación dialogante y abierta, cumplieron, hasta ahora con el rol que les cabía. Hasta Junqueras se colocó una corbata oscura para asistir a la misa de réquiem en la Sagrada Familia, dando al acto la solemnidad que tenía, que la solemnidad también es un arma para luchar contra el terror fanático.
Se han cuidado hasta los repartos de protagonismo televisivo a los personajes a los que la desgracia ha juntado y me refiero, claro, sobre todo a Rajoy y Puigdemont, y a los otros líderes políticos. Lo importante es que se sepa mantener el espíritu que reinó este fin de semana en la plaza de Cataluña, en los templos de toda España y en muchas mezquitas.
No traigo a colación a las mezquitas de manera casual. No: he leído y escuchado demasiadas insensateces cargadas de islamofobia, y hasta de hispanofobia, casi de supremacismo, como para no hacer constar mi alarma ante un clima de intolerancia que nada tiene que ver con la firmeza para combatir el terror del que cualquiera que pasee por las calles puede ser víctima. Es más: este naciente espíritu de reconquista, de nuevas cruzadas que se ha extendido por la parte más flamígera de nuestras redes sociales puede resultar contraproducente en esa lucha contra los asesinos fanatizados.
Hay que buscar dónde están las raíces que siembran tal irracionalidad cruel en chicos que, hayan nacido donde hayan nacido, conviven con nosotros, con nuestras costumbres, en las ciudades que habitamos, compartiendo tantas veces su educación con nuestros hijos. Inducir a un rechazo general de todos cuantos practican una determinada religión, creernos superiores a ellos, sería un descomunal error, como lo sería aminorar la vigilancia. Y lo peor es que a los anónimos en ciento cuarenta caracteres se unen, a la hora del rechazo generalizado, voces con proyección mediática. Y quisiera recordar que también nosotros, los medios de comunicación, tenemos el deber de atenernos a nuestro papel lejos de la tentación predicadora.

Cada cual, en su papel

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