Pesimismo

ada uno de nosotros tiene su opinión particular en cómo resolver los conflictos políticos cuando éstos entran en un callejón sin salida. Sin embargo, en democracia la única manera de resolverlos es dialogando. No hay otra.
Pero antes de analizar lo que está ocurriendo me gustaría aclarar algunas cosas. Nunca comulgué con ciertos comportamientos de Pedro Sánchez, empezando porque un político que se desdice tantas veces no es de fiar. Aunque que lo he defendido en un artículo cuando el grupo golpista de su partido lo descabalgó de la secretaría general. Y no me arrepiento. 
Dicho esto, algunos están comparando el pacto Sánchez-Iglesias con el Frente Popular de 1936, lo cual es un disparate. Uno de tantos. Lo que no sabemos es si los que lanzan ese tipo de mensajes lo creen de verdad o lo hacen para asustarnos, que sería algo así como tratarnos a todos de ignorantes, puesto que ni el pacto en sí ni los partidos se parecen en nada a los de aquel febrero de hace 83 años. Pero esa sería otra cuestión que no viene al caso. 
Como estamos viviendo en un país que lo importante no es ganar, sino hacer que el otro pierda, cualquier cosa es válida con tal de que el otro muerda el polvo. Por lo tanto, palos porque bogas y palos porque no bogas. 
Por otro lado, los que pretendan analizar con objetividad un problema social o político, en este caso el catalán, deberían escapar del repugnante juego de los “buenos” y los “malos”. Porque si no lo hacen, lo único que conseguirán es proyectar una visión tendenciosa, mediocre y reduccionista de la realidad. 
Ciertamente, estamos viviendo un momento político tenso, complejo y complicado, más que nada por la irresponsabilidad de algunos políticos y medios de comunicación que tratan de soliviantar los ánimos, utilizando el miedo y el insulto para hacer descarrilar toda forma de diálogo. Creen que el artículo 155 de la Constitución lo resolverá todo.  
Imaginemos por un momento que ponen en marcha ese “mágico” párrafo. ¿Cesaría acaso el conflicto?, ¿acabaría con la división entre los ciudadanos? Seguro que no. Lo más probable es que eso calentara más las cosas, complicándolas de tal manera que al final podría acabar promulgándose allí el “estado de excepción”, situación que nadie que tenga dos dedos de frente puede desear.
Los que apoyan esa salida tan “inteligente” están olvidando que España está dentro de la UE, y que en un escenario así es más que probable que Europa empezara a cuestionar las actuaciones del gobierno español. Como dice el dicho, no se puede estar en misa y repicando. 
Es obvio que en un estado democrático y de derecho, que además pertenece a la Unión Europea, hay cosas que no se pueden hacer alegremente. O si se hacen hay que estar preparados para apechugar con las consecuencias que, indefectiblemente, vendrían. No estamos en la década de 1970. Aunque hay políticos y grupos que actúan y piensan como si lo estuvieran, no se dan cuenta que desde aquellos tiempos han cambiado demasiadas cosas, tanto en este país como en el mundo; sobre todo median dos generaciones.
Nadie ha dicho que fuera fácil solucionar el problema catalán, al menos dentro del actual marco constitucional. Pero en todo caso, le toca a los políticos arreglarlo ¡ay, cuándo aprenderemos de los ingleses!. Se podrá decir de ellos que son teatreros, piratas o cualquier otra cosa, pero hay que reconocer que son buenos políticos. Se adelantan a los acontecimientos. 
En cualquier caso, no existe alternativa al diálogo en Cataluña, creer lo contrario sería un grave error que pagaríamos todos caro. Los belgas, por ponerlos de ejemplo, dialogaron durante mucho tiempo para dirimir sus diferencias. Al final lograron ponerse de acuerdo. Claro, nosotros no somos belgas. Ellos son más cartesianos, por lo tanto, les es más fácil entenderse. 
Sánchez necesita el apoyo de los partidos independentistas para ser presidente y la verdad no se lo están poniendo fácil, con lo cual se está abriendo la posibilidad de unas nuevas elecciones, lo que significaría casi con seguridad un cambio de inquilino en la Moncloa y el posterior agravamiento de la situación.

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