El futuro no es lo que era

Hay quien dice que el Viejo Continente no tiene ni fuerza ni coraje para enfrentar los desafíos que se le vienen encima. Y aunque la afirmación puede sonar contundente hay mucho de verdad en ella.
Si echamos una mirada que prescinda del relato oficial, enseguida nos daremos cuenta de que la realidad europea vivió mejores tiempos.
Para qué engañarnos, aquí cada cual va a lo suyo. Los alemanes tienen su agenda secreta y los franceses otra. Y los demás ninguna, puesto que están al sálvese quien pueda. Nadie dice la verdad.
El señor Macron nos alertó el otro día de una “guerra civil” europea. Su declaración implica tratarnos de idiotas a todos, pues hasta donde uno entiende esa clase de guerras se libran dentro de las fronteras de un Estado. Cosa que no es Europa. Seguramente al inquilino del Elíseo le gustaría una unión a lo francés, es decir, bajo la tutela de París.
A los ingleses ya ni los metemos en este embrollo, porque ellos están recogiendo los muebles y pagando las cuentas. ¡Y hasta luego Lucas! Eso sí, seguirán haciendo uso de Europa a su conveniencia.
Vivimos en un mundo muy extraño y a la vez muy complejo. Salta a la vista que Occidente está perdiendo fuelle y fuerza. Su lugar lo está ocupando el gigante asiático, que avanza sin tregua. Es como un rodillo que amenaza con reducir la significancia occidental. De ahí tantos miedos. 
Por esa razón están intentando ponerle palos en las ruedas. Hay la creencia de que si no se puede frenar, al menos se podrá ralentizar su avance. Y esa idea está complicando más las cosas; sobre todo a Europa. 
En el pasado las grandes potencias, para sacar del mercado a un competidor, si no podían hacerlo por las buenas lo hacían por las malas, es decir, usando la fuerza militar. Pero hoy eso es impensable, puesto que sería una locura –la última–, dado que en este caso el competidor está dotado colmillos nucleares. 
Pero volviendo a Europa, no se puede negar el gran aporte que ésta hizo al avance de la humanidad; aunque también se exageró un poco. No hay que olvidar que cuando la mayor parte del continente europeo estaba dominado por tribus, ya otras civilizaciones, especialmente la china, habían logrado un desarrollo importante.
Hay quien afirma incluso que la Revolución Industrial tuvo su origen en China, que lo de Inglaterra fue una consecuencia de lo ocurrido años antes en el país de los mandarines. Fuera como fuera, Europa construyó una cosmovisión eurocéntrica, ignorando durante siglos los avances científicos de otras culturas y civilizaciones. 
Es por eso, que cualquier conflicto fuera de las fronteras europeas se analiza desde una posición eurocéntrica. Incluso el propio marxismo utilizó esa postura. Esa clase de análisis caló tan hondo, que hasta los científicos sociales de las ex colonias lo utilizan para sus estudios y conclusiones.
El eurocentrismo es una patología político-social que le está haciendo mucho daño a Europa. De él se desprende la resistencia de no aceptar lo que está ocurriendo, de negarse a ver que los polos de poder están cambiando. 
Cuesta asumir esa realidad, tanto, que para muchos se está convirtiendo en una especie de trauma. Puesto que no estaba previsto pasar de la significancia a la insignificancia después de tantos siglos. Cuestión de orgullo.
Pero la realidad es la que es. El mundo al que estábamos acostumbrados –y que creíamos que iba a perdurar por los siglos de los siglos– se está desmoronando ante nuestra incrédula mirada. Lo que parecía predecible hace unos años, pocos, se está haciendo pedazos. Como decía Benedetti, cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas.
El avance imparable de China, la desintegración de la UE, las nuevas tecnologías, la robótica, los nuevos centros de poder económico-financiero, por nombrar algunos ejemplos, están cambiando el mapamundi. Lo que significa que el futuro ya no es lo que era. 
Así que, quizá lo único que le queda a Europa es servir de amanuense, ayudando a escribir las reglas del nuevo orden que se aproxima. Durante siglos fuimos los reyes del mambo. Pero ese reinado parece que está llegando a su fin.

El futuro no es lo que era

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