El cuento de nunca acabar

La nación Libia todavía está pagando los platos rotos de una intervención militar que dejó más preguntas que respuestas. Y su futuro hoy está siendo debatido por varios jugadores.    

De ser el país con el nivel de vida más alto de África, incluso más alto que el de algunos países europeos, pasó a convertirse, por culpa de sus “liberadores”, en una especie de territorio comanche. 

Ahora hay dos poderes enfrentados allí. Un gobierno espantajo en Trípoli, apoyado por la ONU y los países europeos, y un parlamento nacional con sede en Troubuck que lo desafía. Y en medio un militar, el mariscal Haftar Jalifa, que entre otras cosas está tratando de tomar Trípoli manu militari para destituir ese gobierno y convocar elecciones. O eso dice.

En Occidente hay quién lamenta el derrocamiento de Gaddafi. Porque, además, cuando la intervención el coronel ya no era un estorbo, puesto que había flexibilizado su postura al dejar que las petroleras occidentales hicieran negocios allí. Quizá con ese gesto –y también financiando la campaña electoral de Sarkozy– pensó que lo iban a dejar tranquilo. Pero se equivocó y eso le costó la vida. 

Los poderes occidentales nunca olvidaron que les había jeringado el negocio cuando se sublevó para derrocar al rey Ibris, junto con otros militares panarabistas y nasseristas. Por estos lugares no olvidaron que les obligó en esa época a pagar 20 dólares por cada barril de petróleo en vez de llevarlo a 0.47 como hacían antes. Y 42 años después le pasaron factura.

Es cierto que la primavera árabe produjo algunas protestas allí. Aunque no fueron tan importantes como trataron de hacernos creer los medios. 

Lo que sucedió es que alguien coló en ellas a varios miles de islamistas traídos del exterior para sembrar el caos y la violencia. Y también la confusión. Lo ocurrido fue como un guión cinematográfico, pero con violencia real, para manipular las emociones del público occidental. 
En todo caso, ahora existe una gran preocupación por el cariz que están tomando los acontecimientos, sobre todo por lo que hay en juego. 

Parece que en Europa no gusta la idea de que el mariscal Jalifa se haga con el poder, no confían en él. Porque el hombre de los occidentales es el actual presidente Fayez al Sarraj, hijo de Mustafá al-Sarraj, que fue ministro del derrocado rey Ibris. 

Existen una serie de intereses cruzados, contrapuestos, incluso algunos se solapan entre sí, que sus representantes se están abriéndose paso a codazo limpio para ver qué grupo o que personas controlarán el poder. 

Por lo tanto, es difícil identificar a cada cual y decir quién es quién. 

Del mariscal Jalifa se sabe poco. Lo único que se conoce de él es que formó parte de aquel grupo de militares que derrocaron al monarca libio en 1969, que participó en la guerra del Chad en los años 90, cayendo allí prisionero y liberado con la mediación de Washington, marchándose después a vivir a los EE.UU. 

Cuando cayó Gaddafi retornó al país. Al parecer buscaba un cargo importante dentro de las fuerzas armadas, pero al no conseguirlo volvió a los EE.UU, regresando de nuevo en el 2014. Con el apoyo de Arabia Saudita, Egipto y los Emiratos Árabes se dedicó a crear el nuevo ejército libio. 
Lo hizo a partir de los restos del antiguo ejército y también reclutando miembros de las tribus, convirtiéndose así en su comandante jefe.

Todo indica que este militar goza de un fuerte apoyo en la mayor parte del país, al menos en cuanto a su intención de querer pacificarlo y unificarlo. 

Se dice también que está apoyado por Moscú. Incluso por el hijo menor de Gadafi, Saif al Islam, un joven que tiene el propósito de presentarse a las próximas elecciones, con lo cual existe la posibilidad de que Libia vuelva a ser gobernada en el futuro por un miembro de la familia Gaddafi.       
La realidad es que la tarea de encarrilar la vida política y económica de un país en las condiciones en que está Libia no es una misión sencilla, sobre todo cuando hay tantos grupos foráneos presionando tan fuerte. Así que, esperemos que el futuro de ese país sea  algo más prometedor que su presente. 

El cuento de nunca acabar

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