Créanme si les digo que escribo esta columna sin muchas ganas, un poco superado por las circunstancias y profundamente cabreado con la clase política que nos ha tocado sufrir. Cuando falleció Franco allá por el año 75 del pasado siglo, tenía catorce años y muy poca capacidad analítica del momento histórico que vivíamos. Pasaban cosas que, a los mayores los tenía muy preocupados y los más pequeños solo sabíamos que un hombre importante había muerto y que no teníamos que ir al colegio. La política me interesó desde muy pronto, demasiado pronto y por ello leía y seguía los acontecimientos con interés. Pronto los políticos de todos los colores empezaron a aparecer y aquello era un torbellino de ideas y propuestas con un denominador común, la reconciliación de las dos Españas que habían vivido enfrentadas mucho tiempo y que querían reencontrarse para abrir un camino nuevo, todos juntos, en libertad y democracia. El resultado fue esa gran operación política que conocemos como “transición” y que se materializó en la Constitución del 78, la ley de leyes que favorecía la convivencia de todos los españoles sin vencedores ni vencidos. Compatriotas Hasta entonces enfrentados se dieron la mano y miraron al futuro para garantizar la paz de aquel presente y, sobre todo, el bienestar futuro de las nuevas generaciones. Se consiguió en base a renuncias de todos y mucha generosidad solidaria, el bien común era un valor supremo a proteger y todos lo entendieron así. ¿Cómo es posible que en aquellos momentos tan difíciles los políticos fueran capaces de hablar y entenderse y hoy ni se cojan el teléfono? Pues porque gracias a Dios aquella clase política nada tiene que ver con la que hoy padecemos. Los viejos odios y rencores que hace casi 50 años podían tener explicación fueron soslayados por todos y 50 años después aquellas ansias de venganza las han recuperado unos niñatos que ni vivieron la guerra civil ni tan siquiera la posguerra pero que parecen salidos de una trinchera, quizá cueva, en la que no se enteraron de nada de lo que hemos construido entre todos en búsqueda de la paz y el bien común. Cincuenta años de democracia y paz sostenida y alimentada por una sociedad civil que sabía de donde veníamos y a donde queríamos ir.
Dicen los historiadores que es el tiempo de paz más prolongado de toda nuestra historia. No es poco porque, además, tuvimos que hacer frente a los ataques que nuestra democracia hubo de superar no con poco sufrimiento. Terrorismo salvaje y golpes de estado frustrados al amparo, precisamente, de nuestra Constitución. Estamos hablando de los tiempos de Adolfo Suarez, de Felipe González, de Fraga, de Carrillo, de Peces Barba, de Garrigues, de Guerra, de Tierno y de tantos otros que no podría terminar nunca este artículo. Aquellos buscaron la paz y la consiguieron, el progreso y lo lograron, la concordia y el diálogo que hoy, lamentablemente, no existe. Hoy tenemos a Pedro Sánchez, a Belarra, a Montero, a Iglesias, a Echenique, a Yolanda, a Otegui, a Junqueras, a Puigdemont o al “tito Berni” y claro, con estos mimbres nuestra España vuelve a partirse y a enfrentarse incorporando odios impostados y poniendo, por encima del interés general, caprichos personales que solo buscan romper España para encontrar acomodo en cargos que, sin duda, les quedan muy grandes. Habrá vencedores, un puñado, y habrá vencidos, la inmensa mayoría de españoles que, aún hoy, solo queremos vivir en paz y poder sacar adelante a nuestras familias, sin vencedores ni vencidos, solo en Paz.