Los valores democráticos

En el contexto de la crisis en que vivimos, especialmente en lo que se refiere a los fundamentos de la democracia: limitación del poder y participación ciudadana, es necesario recuperar sus valores fundantes. En esta tarea, difícil, debe ocupar un lugar central un sistema educativo coherente. Aristóteles ya lo decía en el libro VII de “Política” al señalar las formas o remedios para recuperar las situaciones de estabilidad política: “... es de la máxima importancia la educación de acuerdo con el régimen, que ahora todos descuidan, porque de nada sirven las leyes más útiles, aún ratificadas unánimemente por todo el cuerpo civil, si los ciudadanos no son educados y entrenados en el régimen...”. Es decir, la educación en los valores propios del sistema democrático es una condición de estabilidad política y, lo que es más importante, permite que esos valores se manifiesten en la sociedad y se “interioricen” y se “vivan” por la mayoría de la ciudadanía. Lo mismo acontece en el mundo de las normas, los valores del Estado de Derecho deben encontrar en la forma su cauce de expresión más adecuado. De lo contrario, las normas administrativas, por ejemplo, o los actos administrativos, se acaban convirtiendo en instrumentos inertes, sin axiología democrática y, por ello, susceptibles de ser usados para la lesión de la democracia y la instauración de regímenes tiránicos tal y como la historia lamentable acredita.
 

Pensar que el sistema democrático es perfecto y que funciona sólo es un gran error. Es lo que Benjamín Constant describió tan lúcidamente en el caso del gobierno jacobino en Francia. Y es lo que advirtió Isaiah Berlin al subrayar el carácter específicamente pluralista de la democracia, que exige consulta y compromiso, y que reconoce las reivindicaciones -los derechos- de grupos e individuos a los cuales, excepto en situaciones de crisis extrema, está prohibido excluir de las decisiones democráticas.
 

Democracia y pluralismo conforma un binomio importante para desentrañar la profunda crisis en que se encuentra, nos guste o no, hoy la idea democrática. Es muy conocida la tesis de que es imposible la verdad absoluta; y de que todo es provisional y temporal, porque afirmar una verdad como algo absoluto es una manifestación de intolerancia cuando no de fanatismo o de fundamentalismo. Es el relativismo, el tan traído y llevado relativismo que tan bien cae en la época presente, que tantos amigos tiene y que, sin embargo, si no me equivoco, está en la misma base de la crisis actual. 
 

El relativismo, sin embargo, tampoco es, o puede ser, algo absoluto. Es más, como señaló Ortega y Gasset, el relativismo es una teoría suicida porque cuando se aplica a sí misma, se mata. El relativismo se aplica selectivamente. En efecto, pocos tolerarían que el pensamiento relativista se extendiera a la ciencia experimental o a ciertas normas imprescindibles de justicia y civilidad.

Los valores democráticos

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