El valor de una sonrisa

Hace unos días, me preguntaban ¿cuál es tu superpoder? Contesté sin dudarlo: “¡Mi sonrisa!”. La sonrisa como reflejo de las dificultades superadas, de la adaptación a los cambios, de fluir con lo que va surgiendo. Una actitud que con frecuencia aliento en mi entorno y que aplico para hacer eco del “practica lo que predicas”. Actitud que, en momentos de “nubosidad variable”, tiende a desdibujarse.
 

Recuerdo entonces la entrevista que escuché hace años, en una de mis rutas solitarias en coche, a Jaume Mateu “Tortell Poltrona”, fundador y Presidente de Payasos sin Fronteras, una ONG que, como indica su misión, aboga por “mejorar la situación emocional de la infancia que sufre conflictos bélicos o catástrofes naturales mediante espectáculos cómicos realizados por payasos y payasas.” La risa es su herramienta base, como reequilibradora psicológica y vehículo de recuperación de valores constructivos y creativos. La sonrisa es un lenguaje universal, va más allá de idiomas y diferencias culturales. En todo caso, la labor de este colectivo transciende el espectáculo ya que en cada proyecto integran técnicas de terapia ocupacional y artes escénicas como recursos para la dinamización socio-cultural y educativa. Prima la actitud de acercamiento, de aportar una nueva visión a las situaciones que nos rodean, de reencuadrar para ser capaces de conectar con instantes de felicidad o, al menos, de alegría. Y vienen también a mi memoria los talleres de clown de Virginia Imaz en los que fui alumna varios veranos. Os garantizo que fueron de las formaciones más retadoras en las que participé y que recomiendo. No solo me ayudaron a reír – reír y sonreír- si no a conectar con mis puntos fuertes y mis áreas de mejora. Descubrir nuestro “clown interno” es reencontrarnos con “nuestro/a niño/a”, para poder perder el miedo al fracaso y al ridículo, redireccionando nuestras dificultades y limitaciones de manera a “empoderarnos” desde una posición más genuina.
 

La alegría no es solo cuestión de infancia. Como adultos, también debemos de cultivar el hábito de la sonrisa ya que tiene importantes beneficios para nuestra salud. Diversos experimentos, publicados por el psicólogo Richard Wiseman, demuestran que aun cuando forzamos la sonrisa, se producen beneficios fisiológicos. El cerebro interpreta que, si sonreímos, estamos felices y libera sustancias como las endorfinas, serotonina y otros analgésicos naturales, que ayudan a tener una sensación de bienestar y reducir los niveles de dolor y estrés. Esto se convierte en un círculo que se retroalimenta. Si nos encontramos bien, tenemos más ánimo para hacer cosas, para movilizarnos y, de alguna manera, capitanear el rumbo de nuestra vida.  Reír relaja y disminuye el miedo. En definitiva, es una forma eficaz de aumentar nuestra autoestima, mejorando la salud física y mental. De todos modos, es mejor no forzar sonrisas si no generarlas desde dentro. En este sentido, podemos entrenar el músculo de la sonrisa.  No cambiará las circunstancias, pero sin duda mejorará nuestro estado de ánimo. Triunfan las sonrisas genuinas, las que nacen de una actitud sincera. Ese simple gesto provoca empatía, mejora las relaciones a todos los niveles y abre puertas. Seguro que habéis vivido alguna vez la experiencia de darle la vuelta a un día gris con una buena conversación, mucho sentido del humor y un buen lote de risas.
 

Con todo ello, no quiero hacer un alegato al “sonríe a pesar de todo”, si hay niebla hay niebla, permitiros también no sonreír cuando así lo sintáis y dejad que cambie el tiempo. Por lo demás recordad, como escribió José Luis Cortés, “A veces sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo”.

El valor de una sonrisa

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