Se veía venir. La irresistible ascensión del totalitarismo en Cataluña producía escalofríos en esos partidos políticos vascos, formados por clubes de fans de los asesinos etarras, incluso alguno de ellos dirigido por criminales sentenciados. El PNV se mantenía en una estudiada ambigüedad, parecida a la que mantuvo con el terrorismo, hasta que las familias de Neguri constataron que también venían a por ellos. Pero en esa rivalidad de la carrera nacionalista, al grito de “¡Españolista el último!”, se han aliado con los admiradores de los asesinos etarras, y han echado el castellano de las escuelas. Aprender el teorema de Euclides o la ecuación de segundo grado, en euskera, provocará problemas en miles de niños vascos, pero que se jodan los niños.
Ya en 1936 el PNV estuvo dubitativo en apoyar o no el golpe de Estado. Y, de hecho, cuadros y mandos de Álava y Vitoria, apoyaron a los insurgentes. Al final, al PNV le dieron más miedo Franco y Mola que los comunistas que incendiaban iglesias y conventos, porque ellos eran católicos, pero creían que tendrían más posibilidades de independizarse en un régimen de izquierdas. (Puede que ahora ya sepan que a los regímenes comunistas los nacionalismos les duran menos que unas rayas de coca, un viernes por la noche, en una discoteca de Bilbao).
Ahora están cómodos con el Frente Popular 2023 creado por Pedro I, El Mentiroso, esa mezcla de totalitarios nacionalistas, totalitarios comunistas, totalitarios neocomunistas, y un PSOE cada vez más totalitario, que se viste de socialdemócrata en fiestas y guateques internacionales para que el conjunto no produzca tanto miedo.
Los pasos siguientes, ya se sabe: acoso a prestigiosos médicos, caso de que no escriban las recetas en perfecto euskera, arrinconamiento de los funcionarios castellano-parlantes, y ascensión y promoción de cualquier mediocre que demuestre su euskuldunización, aunque confunda el apendicitis con el pen drive.
No habrá sorpresas, porque los totalitarios catalanes van por delante, marcando el paso.