Sin tiempo para pensar

Las aceras de las ciudades comienzan a ser peligrosas, no ya por los patines, las bicicletas, y las largas correas de sujetar al perro, sino porque se han convertido en una especie de movildromo, donde diferentes seres humanos, de distinta edad, andan como zombies mirando la pantalla del móvil, que sujetan con la mano. Como el teléfono móvil todavía no sirve ni para planchar camisas, ni le han incorporado un radar que avise del peligro de colisión, no puedes andar sumido en pensamientos y divagaciones -tan necesarios, tan aliviadoras- porque puedes ser atropellado por un movilnauta absorto en la pantalla, pero que no deja de caminar.


Hace años, ya sabíamos que los únicos que escuchaban voces dentro de su cabeza eran los santos, los locos, y los cámaras de televisión (éstos, en pleno trabajo, recibiendo las órdenes del realizador). Pero la gama es ya mucho más amplia, porque cada vez más personas caminan con el pinganillo del teléfono aplicado en el oído, y un micrófono por el que, de vez en cuando, hablan. Y a mí, cuando vienen por detrás, y dejan de escuchar voces dentro de su cabeza, y se ponen a hablar, me sobresaltan, porque voy tan tranquilo, sumido en la reflexión de nimiedades y, de repente, escucho una voz colérica que exclama: “¡A mí ese tío no me va a tocar más los cojones!”. Se trata de un tipo barrigudo, cuyo abdomen llega mucho antes que él, y tan amplio, que se dobla sobre la cintura como una estalacticta de carne, forrada por un jersey. Dada la morfología del sujeto, casi admiro al que le toquetea la zona testicular, porque llegar hasta ella debe ser una empresa con serias dificultades logísticas.  Por último, en la consulta del dentista, ya han desaparecido las revistas de un par de meses anteriores, y en la sala de espera cada cual repasa el correo, envía un whatsApp o juega con un rompecabezas electrónico. Y algo parecido sucede en el autobús o en los trenes de cercanías.


Todos estos millones de personas ¿cuándo piensan? La vida más simple y más humilde está llena de laberintos emocionales, económicos, laborales, sociales y familiares. Antes de decidir, se necesita reflexionar sobre el problema, meditar, discurrir y especular sobre las posibilidades que se presentan. La respuesta no está en la pantalla del móvil, por muy lujoso que sea. Y vivir es mucho más difícil, si no se dispone de tiempo para pensar.  

Sin tiempo para pensar

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