Los deseos de los electores son sagrados. Y, tal como interpretamos el voto por estos pagos –y creo que, dada la manera como se ha producido la votación en Castilla y León, es posiblemente la interpretación más correcta–, lo lógico ahora sería un pacto entre el Partido Popular y Vox para formar un gobierno de coalición entre ambas formaciones, las únicas que coherentemente formarían mayoría. Personalmente, no puedo resistirme a dejar aquí por escrito que no es la solución que más me gusta: para este viaje, maldita la falta que hacían las alforjas del señor Mañueco anticipando elecciones y poniendo fin a su entente con Ciudadanos, que, será si usted quiere, Guatemala, para ir a parar a Vox, que es Guatepeor.
Comprendo, pues, las reticencias de Fernández Mañueco para aceptar, de buenas a primeras, el trágala que Vox le exige: nada menos que una vicepresidencia del Gobierno autonómico y quizá cuatro consejerías, petición que no está mal para una formación que dice no creer en las autonomías.
Pero sospecho que el PP, aunque vaya diciendo por ahí que incluso explorará un acuerdo con los socialistas, no tendrá más remedio que acabar transando algo con la formación de Abascal, que ojalá, en contacto con el PP, acabe moderando algo sus poco refinadas maneras: me hirió profundamente que, en su eufórico discurso en la noche electoral, el líder de la candidatura ‘voxística’, Juan García Gallardo --ese chico se tiene que curtir un poco--, se despachase hablando de los ‘lacayos’ periodistas y otras lindezas admisibles solamente en una democracia administrada por alguien como Trump, pero no en una coalición en la que el PP de los moderados y educadísimos Pablo Casado y Mañueco tendría tanto que ver.
En esta castellano y leonesa ahora, quizá en otras en el futuro. No, Mañueco no puede ser un muñeco en manos de Vox, y perdón por el ya sé que mal juego de palabras.
Entusiastas de la cosa me preguntan en una televisión si creo que ahora, con la “arrolladora victoria” (palabra de honor) del PP, se abre una nueva etapa política en España. Respondo que esa victoria, siéndolo, poco ha tenido de arrolladora, y que mucho dependerá de las bases a las que se ajuste el señor Mañueco a la hora, me parece que poco evitable, de pactar con el partido de Abascal.
Hay comportamientos en Vox que me siguen pareciendo inaceptables, y lo digo a sabiendas de que esta formación ha tascado bastante el freno respecto de su antes radical antieuropeísmo, anti autonomismo, anti inmigración y, si se me permite, anti igualdad.
Si alguien me asegurase que Vox va a avanzar por un camino más transitable para ideas de moderación y consenso, sería el primero en alegrarme de que se incorpore a ideas homologables con la democracia que a mí me gusta, tan lejos de extremismos, de anatemas, de gritos. Pero, hoy por hoy, solamente puedo decirles a los señores Abascal y García Gallardo que eso de ‘lacayos’ me suena un poco a fascistoide, con perdón Y, además, desde luego, es injusto. Y lo podría haber dicho, en sus peores momentos, hasta Pablo Iglesias.