Los días se alargan, van arañando, minuto a minuto, tiempo a la noche. Me propongo escribir con luz natural, arañar, minuto a minuto, tiempo al día. No lo consigo. Remoloneo, me preparo una infusión, abro el ordenador, hojeo mis notas, ¡lo tengo! Solidaridad.
Hace unas semanas acudía con mi “tribu” de la cata literaria a la gala a favor de la Asociación Gallega de ELA organizada por Palexco, hoy me sumaré a la cena solidaria que convoca Nordés Club Empresarial en beneficio de ACOUGO, Asociación galega de familias de acollida. Pequeños gestos para grandes causas.
Somos animales sociales que hemos sobrevivido gracias a estar integrados en grupos. Fortalecemos nuestros sentimientos sociales: la compasión, el altruismo, la cooperación, la sociabilidad debido a esa idea implícita de interdependencia. Estamos programados para dar y recibir, y salvo escasas excepciones, nos sentimos bien cuando apoyamos a otras personas.
Solidaridad es conectar, empaparse de lo que nos rodea, observar y escuchar. Observar desde el interior, escuchar con el corazón.
Con mucha frecuencia nos sentimos insatisfechos con lo que tenemos o con lo que somos. Parece que nada es suficiente, que cuando hemos conseguido algo estamos planteándonos otro reto sin disfrutar de lo que hemos logrado. Si salimos de nuestra burbuja, si dejamos de practicar el “ombliguismo” y acallamos la voz de “que todo nos pasa a nosotros”, encontraremos situaciones muy diferentes que nos permitirán relativizar, reencuadrar.
Ayudar a las personas que lo necesitan no solo impacta en su bienestar y en la relación que podamos tener con ellas, sino que también nos ayuda a desarrollar nuestras habilidades sociales, y nos permite relacionarnos de una forma mucho más madura con nuestro entorno. La Universidad de Berkeley, haciendo referencia a diferentes estudios sobre la solidaridad y el sentido de propósito, señala que apoyar a quienes lo necesitan nos ayuda a satisfacer algunas necesidades psicológicas básicas, como sentir que podemos elegir nuestras acciones, que somos capaces de llevar a cabo ciertas tareas, y que somos cercanos a otras personas. Cuando vemos que tenemos la capacidad de impactar positivamente en la vida de los demás, experimentamos una especie de validación interna, y reforzamos la creencia en nuestra capacidad de generar cambios y contribuir en la construcción de un mundo mejor.
Solidaridad son esos encuentros puntuales, pero también y sobre todo, los gestos de cada día. Los que caminan de la mano de nuestros valores por las veredas de lo cotidiano. No se visten de moneda, si no con ropajes del día a día: ser faro para el amigo que no encuentra la ruta en los días de niebla, escuchar despejando los ruidos externos, querer sin peros ni cinta métrica, ser al lado de, más allá de solo estar con. Compartir.
Como decía Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.”