Cuando un incendio devora la casa de una familia con todo lo que hay dentro la desgracia va más allá de la pérdida material. Las llamas consumen la vivienda y objetos tangibles, se llevan también sus estancias más queridas y los recuerdos de toda la vida dejando en las personas una sensación de vacío agobiante, físico y emocional, y la sensación de quedar sin nada debajo de sus pies.
Esa tragedia la vivió en diciembre una familia de Viladabade en Tordoia, afortunadamente sin desgracias personales, cuando un incendio devoró la casa que habían acondicionado con mimo y se llevó todos sus ahorros y su proyecto de vida.
Y la vivieron en mayor proporción familias del barrio de Campanar de Valencia cuando el fuego se cebó con el edificio de 14 plantas y 141 viviendas en las vivían 450 personas. En este caso, el incendio cobró el tributo de10 víctimas mortales devoradas por el fuego.
Pero detrás de la desgracia aparece la solidaridad. En el caso de Tordoia las propietarias de la casa sintieron la ola solidaria del concello y de los vecinos que se mantuvo hasta la reconstrucción del inmueble haciendo realidad lo que dice el antropólogo Lisón Tolosana que “las aldeas en Galicia pueden ser un reducto de arcaísmo, pero son siempre un ejemplo de ayuda mutua”.
Solidaridad a raudales también apareció en Valencia. La Generalitat puso a disposición de los afectados sus “primeros auxilios” en forma de ayudas económicas para hacer frente a las necesidades más elementales y el Ayuntamiento “abrió” las puertas de 131 viviendas de su propiedad que se acondicionaron en un tiempo record con la colaboración de empresas como Mercadona, Ikea, El Corte Inglés, Mango, Iberdrola, Inditex y otras empresas locales que donaron todo lo necesario para que las familias pudieran comenzar una nueva vida.
Dentro de la iniciativa privada fue impresionante también la lluvia solidaria particular del barrio y de toda Valencia. Fueron tantas las personas que se acercaron con ropa, comida, juguetes y material escolar que los encargados de canalizar todas estas donaciones pidieron a la población que no llevaran más porque estaban desbordados. La gran lección de las desgracias es que después de la desolación, en estos casos causada por el fuego, aparece la “solidaridad pública” con recursos materiales y asistencia social -para eso sirve el Estado de Bienestar- y la solidaridad vecinal que contribuye a que las familias afectadas se sobrepongan a la desgracia para recuperar la vida normal que tenían antes de la tragedia.
Gestos como estos corroboran que, en palabras de Machado, lo mejor es el pueblo, y son como inyecciones de moral que nos hacen sentir orgullosos de ser españoles, a pesar de la que está cayendo con la polarización y la corrupción que generan algunos políticos indecentes.