Desde la más remota antigüedad a nuestros días; desde la misma existencia del hombre, se viene dando en el pensante esta condición en su sentir y su discernir más profundos, por no llamarle esta lacra. Y no, sin sus negativos resultados.
Privilegiadas mentes de la filosofía griega y de la romana, destacaron en sus pensamientos y sus escritos los aspectos negativos de la soberbia. Y creo que fue un Papa que sobre el siglo seis de nuestra era, la consideró el primero y más deleznable de los pecados capitales y determinó contraponer a su “pecado” la humildad, la que nos suele faltar a muchos. Creo que el Señor Unamuno, casi de la actualidad, trató también el tema de la soberbia con sus peculiares modos y formas con los que él impregnaba y adornaba sus producciones. Y que Albert Einstein dijo que “el que se erige en Juez de la verdad y el conocimiento es desalentado por las carcajadas de los dioses”. Y un actual pensador insigne de habla inglesa dijo de la soberbia que es el sentimiento a través del cual se manifiesta el egoísmo.
Así que lo antedicho nos demuestra que no es novedad del momento ni concretada a una zona o territorio o etnia... la repetida lacra. El Diccionario la define como “altivez, altanería, arrogancia, vanidad, superioridad frente a los demás”. Pues en todos los casos y por la propia experiencia, concluiremos en que como todas las imperfecciones y aspectos negativos del humano, la soberbia nunca es buena compañera y con frecuencia acaba siendo un lastre, una costra, una impregnación desechable..., de la que debiera prescindirse por el propio bien y el de sus negativos efectos para todos. La persona soberbia resulta a los demás aborrecible, no fácilmente soportable..., aun siendo conscientes de que, el que más y el que menos, portamos oscuridades y tercas impregnaciones “ cada uno en su mochila”.
Y ¿por qué hablo de esto? Pues por el afán y el deseo que me empujan a pedir, en la más sana de las solicitudes, nos avengamos a lo que aquel Papa sentenció: la humildad. Y a la vez, que nuestro Presidente de Gobierno —al que procuro seguir en sus presencias y alocuciones- demostradamente soberbio desde la apreciación de muchos, y no solo la mía, se avenga, asimismo, a la humildad. Creo que, como antes comenté, sería bueno para él y para todos. Dicho sea con todo afecto.