Alguien dijo que China no es ni buena ni mala, sino inevitable.
Lo cierto es que el avance económico de ese país, y de los países asiáticos en general, tomaron por sorpresa a las economías desarrolladas occidentales causando con ello una gran intranquilidad.
Y no es para menos. De 54 tecnologías críticas y de impacto los chinos nos llevan ventaja en 47 (¡como para no preocuparse!). Lo cual hace que el mundo occidental se encuentre en en modo pánico.
Dicen que esta situación nos conduce a la famosa Trampa de Tucídes. Teoría basada en el análisis del politólogo norteamericano, Graham Allison, en la cual pone como ejemplo las guerras del Peloponeso entre Grecia y Esparta. Lo que nos viene diciendo este politólogo es que la guerra es casi inevitable.
Así que lo tenemos crudo si su teoría llega a cumplirse, pues en estos tiempos una confrontación directa entre grandes potencias nucleares significaría sin duda el final de la humanidad.
Es cierto que vivimos tiempos complejos, difíciles y peligrosos. Y para conjurar el peligro solo hay una alternativa: la paz. Pero no una paz falsa, disfrazada, como se vino haciendo hasta ahora, sino una paz verdadera basada en políticas de colaboración, desarrollo e inclusión global.
De lo contrario nos espera un escenario poco envidiable.
Hace algunos años el globalismo era la vaca sagrada del libre comercio mundial, hasta tal punto que rechazarlo estaba mal visto o era propio de personas ignorantes. Pero eso parece estar cambiando.
Aunque suene a contradicción la realidad es que de un tiempo a esta parte hay un fuerte relato anti-globalismo, relato que contradice las propias leyes del capitalismo con respecto a la libre competencia y al libre mercado.
La realidad es que el mundo ha cambiado mucho en los últimos 15 años. Políticas que funcionaban en otra época dejaron de tener efectividad real en la actual coyuntura que estamos viviendo.
Las viejas estrategias se han vuelto obsoletas. Aunque mucha gente no lo entiende, sea por intoxicación mediática o por otras causas, siguen creyendo que nada ha cambiado y que todo continúa igual. Sin embargo, la realidad nos dice otra cosa.
Algunos aseguran que resulta difícil competir con los chinos. Muchos occidentales que han trabajado o visitado ese país como turistas nos cuentan que tuvieron la sensación de estar viajando al futuro.
Otros dicen que el mayor problema con el que nos enfrentamos no es siquiera estar a su altura para ser competitivos, sino que es de velocidad. Allí todo se construye (trenes, barcos, líneas férreas, cohetes espaciales, energías verdes, etc.) a gran velocidad. Eso significa una lucha doble: competitividad +velocidad.
Alguien dijo que el dragón asiático era como un bólido que se mueve silenciosamente para no hacer saltar las alarmas en la vecindad, haciéndolo con movimientos confucianos que ni siquiera nos damos cuenta.
Politólogos de optimismo moderado aseguran que no será fácil alcanzarlos, creen que aún es posible. Sin embargo, hay otros que piensan que esa es una misión perdida. Lo cierto es que después de leer al filósofo Sun Tzu se entienden cosas. Sus teorías encajan con la visión de la China actual.
Es importante subrayar que Sun Tzu tuvo un gran impacto cultural y político no solo en la historia y cultura chinas, sino en la asiática en general; los japoneses incluso le levantaron una estatua en la ciudad de Yurihama.
Aunque no solo él está teniendo gran influencia en el pensamiento moderno chino, también Confucio, además de Marx. La filosofía confuciana, que no es una religión como se cree, es otro potente instrumento a tener muy en cuenta.
El confucianismo influye en la administración pública, la política, las costumbres. Dice que el deber del gobernante es amar al pueblo, cultivar la virtud, observar el sendero superior del “justo medio”, la paz universal y la armonía.
Volviendo al mundo occidental, particularmente el europeo que está al borde de la descomposición. Lo cierto es que ¡seguirán bastos! para Europa si los políticos de Bruselas no son capaces de ver la realidad.