el momento que vivimos no es fácil, pero la irresponsabilidad no puede regir nuestros andares. Además, hemos de poner en valor el sentido común y la sensatez en todas nuestras acciones. Son tantas las tribulaciones que debemos repensar nuestros movimientos. La primera misión, posiblemente radique en reunirse y unirse para batallar por las personas más vulnerables del mundo, ante la multitud de emergencias que nos asolan. Sin duda, para empezar a tomar partido y desvelo solidario, el espíritu cooperante es fundamental, pues cada amanecer son más los individuos que necesitan asistencia y protección humanitaria. Detengamos las divisiones, asumamos un compromiso colectivo frente al aluvión de males que nos acechan, que nos están dejando sin palabras, lo que nos exige un auténtico esfuerzo de generosidad por parte de todos. Los gobiernos tampoco pueden actuar a su antojo, aislados, autosuficientes, con agendas interesadas. Está visto que la ciudadanía por sí misma no puede hacer grandes cosas. Quizás tengamos que reavivar la escucha; sobre todo, en un periodo como el actual de recuperación desigual y débil, lo que nos demanda un enfoque global, con liderazgos ejemplarizantes para remar unidos.
Distanciados unos de otros nada se consigue. El verdadero poblador se regenera cada día, crece en comunión y aprende de los tropiezos, sabe que el coste de la dignidad radica en el fuero responsable de cada cual, y hasta llega a manifestar que siempre es el principal garante de lo que ocurre. Por eso, tal vez tengamos que cuestionarnos con valentía nuestro propio modo de actuar. Será complicado imaginar que se pueda avanzar si cada vez trabaja menos juventud y, muchos de los que lo hacen, laborean en injustas condiciones. De no rectificar, la Organización Internacional del Trabajo destaca que si no se toman medidas al respecto, aumentará el número de jóvenes desanimados, una situación que nos requiere de otro ánimo más reflexivo y de diálogo. A propósito, hace unos días recibía un comunicado final de los cursos de verano 2022, que con el título “Soñando el trabajo decente, construyendo prácticas de comunión” la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) ha realizado recientemente, y donde quedó plasmado, entre otras cuestiones, la necesidad de potenciar los derechos sociales y los servicios públicos, como derechos humanos inalienables. Pensemos que no es el trabajo lo que corrompe, sino la pereza con su inercia de ociosidad. Trabajar, pues, es un deber y un derecho a cultivar, para valerse y descubrirse uno así mismo.
En consecuencia, la recuperación del mercado de trabajo es vital para poder realizarse como persona. Aquí, en el conjunto de actividades humanas también prolifera la indecencia para desgracia de todos, pues muchas de las tareas se realizan sin respeto a los principios y derechos fundamentales. En la mayoría de las ocasiones no hay proporcionalidad entre el esfuerzo realizado y el honorario recibido. Ante esta atmósfera de inmoralidades, unirse y reunirse entre culturas, es capital para promover la justicia social y activar otros horizontes de luz. En un mundo caótico, privado de entusiasmo, es menester el esfuerzo conjunto. Naturalmente, los problemas del desempleo, la inactividad y la precariedad profesional deben situarte en el centro de las políticas de recuperación económica, si en verdad queremos evitar que la crisis laboral se convierta también en un trance corriente. Forjemos, por consiguiente, una nueva esperanza. Sembremos oportunidades innovadoras sin desfallecer, que no sean las de tomar las armas como combatientes, sino la de hacer piña en común, con diálogos reconciliadores y de reintegración. Son, precisamente, los pequeños gestos cotidianos de atención y cariño, los que nos dan fortaleza para seguir adelante, trabajando con gozo en ese acompañamiento comunitario. En efecto, siempre hay una posibilidad de aglutinarse en el quehacer diario, como hay otra de aislarse y practicar la indiferencia. Esa falta de comprensión hacia el análogo, que camina a nuestro lado como un ciudadano más, se merece cuando menos sentirse parte nuestra y sustentarse en la igualdad de obligaciones e imparcialidades, que nos universalizan, bajo cuya protección todos hemos de disfrutar en rectitud.
También esa relación entre universos distintos es una necesidad solidaria innegable, que no puede ser olvidada ni sustituida, por la dominación materialista. Estamos al límite de la destrucción. De ahí, lo significativo que es hacer un llamamiento a toda conciencia que repudia este estado salvaje en el que caminamos, de contiendas permanentes, puesto que ningún rincón del planeta está a salvo, de esta amenaza egoísta, generada por la actividad humana. La violencia e inhumanidad es tan fuerte que multitud de gentes se sienten menospreciadas y ya empiezan a tener sed de libertad y de sosiego. Indudablemente, una de las condiciones esenciales para vivir en alianza es el desarme. A poco que pongamos en valor la dimensión humana, que no es otra que ponerse al servicio los unos de los otros, percibiremos un cambio de actitud, que nos ayudará a sentirnos familia, con lo que eso conlleva de espíritu desprendido, esencial para enfrentarse a la multitud de retos que advierten sobre nuestro porvenir como sociedad. Hemos de unir esfuerzos, englobándonos al unísono para lograr un mundo más equitativo. La exclusión no tiene sentido, todos somos necesarios e imprescindibles para ese poema perfecto existencial, al que tenemos que dar continuidad.