Iniciamos la semana celebrando el “Día da Patria Galega”, empiezan a llegar por vacaciones las amistades que viven fuera y, últimamente, me rodean personas queridas que “vuelven a casa” -y no sólo por Navidad-. Una llamada a la vuelta a las raíces.
Vivimos en un mundo dónde todo ocurre demasiado deprisa, en el que las grandes preguntas que ocuparon siempre tanto a la humanidad, ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?… se han ido silenciado en el fondo de la mochila que solemos cargar a nuestras espaldas, aguardando respuestas que no terminan de llegar, por la tan manida falta de tiempo.
El lugar donde uno crece, ese entorno en el que vive los primeros años de vida, la niñez, la juventud, ese espacio en el que se moldea nuestra personalidad y se forjan nuestros primeros sueños tiene un gran impacto en nuestro futuro. En mayor o menor medida, las imágenes, los sonidos, los olores y sabores de la infancia marcan nuestro devenir. Sin embargo, a menudo nos perdemos en una búsqueda desaforada de ese destino, llenándonos de metas—algunas irrealistas—para alcanzar el éxito. A veces, desfallecemos en el intento. Otras veces, ni siquiera sabemos a dónde queremos llegar o qué es lo que queremos alcanzar. Por eso la apuesta es volver al origen. Si sabemos de dónde venimos, es muy probable que el camino sea algo más claro ya que en esas raíces habitan muchas de las creencias y valores, que de una u otra manera, señalan nuestro sendero de vida.
Al dar valor a nuestra cultura conocemos y aceptamos una parte integral de nuestra identidad y nos reconocemos. Evidentemente que no sólo de raíces viven las personas, nos nutrimos también, a lo largo de los años, de la gente que conocemos las experiencias que vivimos y los nuevos paisajes que visitamos. Pero quizás, llega un determinado momento que necesitamos volver al punto de partida. Si un día salimos del rompecabezas de origen, y empezamos a difuminar los bordes del mismo gracias a las nuevas relaciones, culturas y circunstancias que nos topamos, hay otro momento para volver. Volver con los aprendizajes acumulados, las ideas renovadas o las heridas cicatrizadas de las batallas vividas. Y quizás no encajamos ya del todo, pero necesitamos volver a inspirar el aire conocido para respirarnos en nuestra esencia.
Volver de un viaje, y más si cabe de una estancia prolongada en el exterior, puede ser más difícil que irnos, pero cuando tomamos la decisión del retorno desde la libertad, seguro que encontramos respuesta a muchas de esas preguntas que planteaba al inicio de este artículo. Empezamos quizás a unir puntos del camino recorrido y encontrar sentido a cada uno de los pasos que fuimos dando.
Carlos, Marta, Julia…yo misma, sentimos que irnos nos permitió acercarnos, lo mismo que volver no significó perder lo descubierto sino sumar a lo conocido o mejor dicho (re)conocido. En definitiva, como bien dice Seth Godin está en nuestra naturaleza unirnos a la tribu.