Vista la acritud de la calle ante la presencia del presidente del Gobierno en actos públicos, tendría interés saber sí Pedro Sánchez se ha llegado a preguntar acerca del porqué de tanta animadversión. Sí no ha pensado que tantas manifestaciones de rechazo -incluso de odio a juzgar por determinados gritos o el contenido de algunas pancartas- podían deberse a la antipatía que despiertan algunos rasgos de su personalidad. El primero y principal es que no le cuesta mentir. Le hemos escuchado defenderse argumentando que no es que mienta, es que cambia de ideas. Según le conviene pero siempre con el mismo propósito: retener la llave de La Moncloa.
A diferencia de lo que ocurre en los países de herencia protestante, en los que un político cava su tumba cuando le pillan en una mentira o copiando su tesis doctoral, en España el juicio del público venía siendo más laxo. Pero cada vez menos y la prueba es que a Sánchez, desde el mismo día en el que regres a la secretaria general del PSOE, le acompaña fama de dirigente político arribista, poco fiable. Quizá porque desde hora temprana quienes habían alertado acerca de su personalidad fueron quienes mejor le conocían: sus compañeros de partido, los miembros del Comité Federal que fueron quienes le obligaron a dimitir. Después regresó acreditando que estaban más que justificados los recelos que suscitaba.
Desde que alcanzó el poder gracias a la moción de censura que tumbó a Mariano Rajoy y que fue urdida por Pablo Iglesias con la complicidad de los dirigentes vascos de Bildu y del PNV -amén de los separatistas catalanes- en todos los comicios, Sánchez engañó a los votantes del PSOE. Algunos le perdonaron y otros no. Perdió las últimas elecciones pero retiene el poder merced a sus pactos con partidos de los que aseguró que nunca pactaría. La arrogancia que desplegó en el Congreso en ocasión de la sesión de su última investidura -insólitas carcajadas desde la tribuna- generó, sin duda, una ola de rechazo ante semejante forma chulesca de comportarse. Y por encima de todo están los principales motivos de tanta hostilidad: los indultos, la ley de amnistía, la reforma del Código Penal para favorecer a quienes le prestaron siete votos para ser reelegido, etc.